martes, 23 de abril de 2019

L. III T. I Ministerio de la palabra de Dios Sentido general Responsables Contenido Medios a emplear Apéndice

L. III



La misión de enseñar de la Iglesia




(Continuación)


Título I Sobre el ministerio de la Palabra de Dios[1]



Cánones 756 – 780

TITULUS I. DE DIVINI VERBI MINISTERIO

Contenido


Cánones introductorios. 3
I.      Sentido general 5
II.     Responsables. 6
1.          El Romano Pontífice y el Colegio de los Obispos. 6
2.          Los Obispos. 11
3.          Los presbíteros. 13
4.          Los diáconos. 17
5.          Los miembros de los Institutos de vida consagrada. 18
6.          Los laicos. 20
III.       Contenido. 25
1.          En cuanto a su objeto
2.          Exponerlo de manera íntegra y fiel
3.          Las fuentes del conocimiento del misterio de Cristo y de su anuncio. 32
IV.       Medios a emplear 35
Escolio. 37
Apéndice: Algunas anotaciones acerca del "ministerio de la palabra de Dios", de la predicación dentro y fuera de "iglesias, capillas y oratorios", y de la homilía
Bibliografía. 38



Cánones introductorios


Texto oficial
Traducción castellana
Can. 756 — § 1. Quoad universam Ecclesiam munus Evangelii annuntiandi praecipue Romano Pontifici et Collegio Episcoporum commissum est.
§ 2. Quoad Ecclesiam particularem sibi concreditam illud munus exercent singuli Episcopi, qui quidem totius ministerii verbi in eadem sunt moderatores; quandoque vero aliqui Episcopi coniunctim illud explent quoad diversas simul Ecclesias, ad normam iuris.
756 § 1.    Respecto a la Iglesia universal, la función de anunciar el Evangelio ha sido encomendada principalmente al Romano Pontífice y al Colegio Episcopal.
 § 2.    En relación con la Iglesia particular que le ha sido confiada, ejerce esa función cada Obispo, el cual ciertamente es en ella el moderador de todo el ministerio de la palabra; a veces, sin embargo, algunos Obispos ejercen conjuntamente esa función para varias Iglesias, según la norma del derecho.
Can. 757 — Presbyterorum, qui quidem Episcoporum cooperatores sunt, proprium est Evangelium Dei annuntiare; praesertim hoc officio tenentur, quoad populum sibi commissum, parochi aliique quibus cura animarum concreditur; diaconorum etiam est in ministerio verbi populo Dei, in communione cum Episcopo eiusque presbyterio, inservire.
757 Es propio de los presbíteros, como cooperadores de los Obispos, anunciar el Evangelio de Dios; esta obligación afecta principalmente, respecto al pueblo que les ha sido confiado, a los párrocos y a aquellos otros a quienes se encomienda la cura de almas; también a los diáconos corresponde servir en el ministerio de la palabra al pueblo de Dios, en comunión con el Obispo y su presbiterio.
Can. 758 — Sodales institutorum vitae consecratae, vi propriae Deo consecrationis, peculiari modo Evangelii testimonium reddunt, iidemque in Evangelio annuntiando ab Episcopo in auxilium convenienter assumuntur.
758 Los miembros de los institutos de vida consagrada, en virtud de su propia consagración a Dios, dan testimonio del Evangelio de manera peculiar, y son asumidos de forma adecuada por el Obispo como ayuda para anunciar el Evangelio.
Can. 759 — Christifideles laici, vi baptismatis et confirmationis, verbo et vitae christianae exemplo evangelici nuntii sunt testes; vocari etiam possunt ut in exercitio ministerii verbi cum Episcopo et presbyteris cooperantur.
759 En virtud del bautismo y de la confirmación, los fieles laicos son testigos del anuncio evangélico con su palabra y el ejemplo de su vida cristiana; también pueden ser llamados a cooperar con el Obispo y con los presbíteros en el ejercicio del ministerio de la palabra.
Can. 760 — In ministerio verbi, quod sacra Scriptura, Traditione, liturgia, magisterio vitaque Ecclesiae innitatur oportet, Christi mysterium integre ac fideliter proponatur.
760 Ha de proponerse íntegra y fielmente el misterio de Cristo en el ministerio de la palabra, que se debe fundar en la sagrada Escritura, en la Tradición, en la liturgia, en el magisterio y en la vida de la Iglesia.
Can. 761 — Varia media ad doctrinam christianam annuntiandam adhibeantur quae praesto sunt, imprimis praedicatio atque catechetica institutio, quae quidem semper principem locum tenent, sed et propositio doctrinae in scholis, in academiis, conferentiis et coadunationibus omnis generis, necnon eiusdem diffusio per declarationes publicas a legitima auctoritate occasione quorundam eventuum factas prelo aliisque instrumentis communicationis socialis.
761 Deben emplearse todos los medios disponibles para anunciar la doctrina cristiana, sobre todo la predicación y la catequesis, que ocupan siempre un lugar primordial; pero también la enseñanza de la doctrina en escuelas, academias, conferencias y reuniones de todo tipo, así como su difusión mediante declaraciones públicas, hechas por la autoridad legítima con motivo de determinados acontecimientos mediante la prensa y otros medios de comunicación social.



En todos los títulos del Libro Tercero encontramos un mismo esquema: primero, quiénes son los responsables, y después, algunas normas prácticas.

El Título primero se subdivide en dos capítulos:

1°) La predicación de la palabra de Dios (cc. 762-772);
2°) La formación catequética (cc. 773-780).

El título correspondiente en el CIC17 (Libro III, Título XX) era: “De divini verbi praedicatione”, es decir, “de la predicación de la divina palabra”. La denominación actual expresa de un modo más teológico esta realidad, por cuanto el término “predicación” tiene un sentido más amplio que “ministerio”.

En la Plenaria de 1981 se planteó una objeción al respecto: ¿si acaso el término elegido no era más amplio que “annuntiatio Evangelii”? De hecho, el S. P. san Pablo VI había empleado una expresión más o menos equivalente[2]. Se suele tender a identificar los conceptos: “enseñar el Evangelio” y “Magisterio eclesiástico”. La Secretaría respondió que el "anuncio del Evangelio" se toma en sentido más amplio, mientras que la expresión “ministerium verbi” es una expresión técnica y se refiere más bien a la predicación y a la catequesis.

A mi parecer, la respuesta de la Secretaría dificultó más la cuestión, porque ya en estos cc. preliminares se habla precisamente de anunciar el Evangelio, pareciendo que estos cc. deberían estar mejor colocados en el Título II, al hablar de la “acción misional de la Iglesia”.

En cuanto a la estructura del Título I, se suprimió el cap. 3° del CIC17 acerca de las “sagradas misiones” (“De sacris missionibus”[3]), su nombre más popular. Y, con algunos de sus elementos, se creó el actual Título II “Sobre la acción misional” (sobre el que volveremos un poco más adelante).


        I.            Sentido general


El sentido general de estos cc. 756-761 es a modo de introducción[4], es decir, indica a quiénes corresponde la responsabilidad general del anuncio del Evangelio, es decir, a todos los fieles cristianos.  Se comienza a precisar, de esta manera, lo que se había enunciado en el c. 211 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/02/l.html):
“Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.”
Ha de observarse, con todo, que se indican simultáneamente, quiénes son los destinatarios de dicho anuncio.


Apostilla

NdE

I. En el pontificado de san Pablo VI


Sin dejar de lado la cuestión referente a los responsables del anuncio del Evangelio, el S. P. quiso ser muy explícito en la descripción o tipificación de los destinatarios actuales del Anuncio, y las razones de dicha tipificación, con lo cual también él estaba diseñando a grades rasgos una respuesta adecuada a las problemáticas culturales (desde el punto de vista del mismo Anuncio) del momento presente:

En EN consideró que, si bien es cierto, quedan (a) lugares en los que no se ha escuchado aún por primera vez el anuncio del Evangelio (n. 51.a), y, en consecuencia es posible llegar a ellos en un estadio de pre-evangelización o de “evangelización incipiente” (n. 51b), es posible que también ese mismo anuncio – y, por lo mismo, una consideración semejante – haya de hacerse en diversos espacios/tiempos (condiciones y/o circunstancias):

(b) o bien,
“para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero conocen poco los fundamentos de la misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la enseñanza que recibieron en su infancia, y para otros muchos” (n. 52);

(c) o bien,
“a inmensos sectores de la humanidad que practican religiones no cristianas […] Todas están llenas de innumerables "semillas del Verbo"[74] y constituyen una auténtica "preparación evangélica"[75]” (n. 53);

(d) o bien,
“hacia aquellos que han recibido la fe y que, a veces desde hace muchas generaciones permanecen en contacto con el Evangelio […] Esta fe está casi siempre enfrentada al secularismo, es decir, a un ateísmo militante; es una fe expuesta a pruebas y amenazas, más aún, una fe asediada y combatida. Corre el riesgo de morir por asfixia o por inanición, si no se la alimenta y sostiene cada día” (n. 54ab);

(e) o bien, hacia
“los cristianos que no están en plena comunión con Ella (la Iglesia): mientras prepara con ellos la unidad querida por Cristo, y precisamente para preparar la unidad en la verdad, tiene conciencia de que faltaría gravemente a su deber si no diese testimonio, ante ellos, de la plenitud de la revelación de que es depositaria” (n. 54c);

(f) o bien, para quienes participan en la “esfera” del
“aumento de la incredulidad en el mundo moderno. El Sínodo se propuso describir este mundo moderno (propiamente secularista): bajo este nombre genérico, ¡cuántas corrientes de pensamiento, valores y contravalores, aspiraciones latentes o semillas de destrucción, convicciones antiguas que desaparecen y convicciones nuevas que se imponen! […] : una concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios resultaría pues superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios e incluso por renegar de Él. Nuevas formas de ateísmo —un ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico, sino pragmático y militante— parecen desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo, se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización del consumo, el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género: constituyen otras tantas inclinaciones inhumanas de este "humanismo". Por otra parte, y paradójicamente, en este mismo mundo moderno, no se puede negar la existencia de valores inicialmente cristianos o evangélicos, al menos bajo forma de vida o de nostalgia. No sería exagerado hablar de un poderoso y trágico llamamiento a ser evangelizado”;

(g) o bien, finalmente, para quienes participan en

“Una segunda esfera, la de los no practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven. El fenómeno de los no practicantes es muy viejo en la historia del cristianismo y supone una debilidad natural, una gran incongruencia que nos duele en lo más profundo de nuestro corazón. Sin embargo, hoy día presenta aspectos nuevos. Se explica muchas veces por el desarraigo típico de nuestra época. Nace también del hecho de que los cristianos se aproximan hoy a los no creyentes y reciben constantemente el influjo de la incredulidad. Por otra parte, los no practicantes contemporáneos, más que los de otras épocas tratan de explicar y justificar su posición en nombre de una religión interior, de una autonomía o de una autenticidad personal” (n. 56.a).



II. En el pontificado del S. P. Benedicto XVI


El S. P. Benedicto XVI recordó durante su pontificado que “ante el peligro de un persistente relativismo religioso y cultural, (se) reafirma que la Iglesia, en el tiempo del diálogo entre las religiones y las culturas, no se dispensa de la necesidad de la evangelización y de la actividad misionera hacia los pueblos, ni deja de pedir a los hombres que acojan la salvación ofrecida a todas las gentes”: Discurso a los participantes en la Sesión plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 31 de enero de 2008, en:
http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080131_dottrina-fede.html

Él hizo este comentario en dicha ocasión a propósito del documento reciente publicado por la Congregación para la Doctrina de la Fe denominado "Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización", del 3 de diciembre de 2007 en:
 http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20071203_nota-evangelizzazione_sp.html

Si bien al tratar de la "actividad misional" /Título II de este mismo Libro III) volveremos sobre el tema (sobre todo a raíz de la discusión que se suscitó previamente al Concilio Vaticano II), el S. P. Benedicto consideró oportuno que, además de la tarea "estrictamente misional" del anuncio del Evangelio entre los pueblos que aún no tienen establecida la Iglesia plenamente (tarea que al Sucesor de Pedro le compete de manera máxima y que encomienda de manera particular a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos), era necesario crear un Instituto que se encargara de una "nueva evangelización" "al servicio de las Iglesias particulares, especialmente en los territorios de tradición cristiana donde se manifiesta con mayor evidencia el fenómeno de la secularización" (art. 2). Más aún, considerando que en tales territorios frecuentemente se adolece de una adecuada y suficiente formación "catequística", encomendó al mismo Instituto no sólo la divulgación del texto del Catecismo de la Iglesia Católica, sino promover su uso (art. 3, 5°).

De esta manera, mediante la Carta ap. - m. p. - Ubicumque et semper del 21 de septiembre de 2010 (http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20100921_ubicumque-et-semper.html), estableció el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. He aquí el texto de la parte dispositiva del documento:

"Art. 1
§ 1. Se constituye el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, como dicasterio de la Curia romana, de acuerdo con la constitución apostólica Pastor bonus.
§ 2. El Consejo persigue su finalidad tanto estimulando la reflexión sobre los temas de la nueva evangelización, como descubriendo y promoviendo las formas y los instrumentos adecuados para realizarla.
Art. 2
La actividad del Consejo, que se lleva a cabo en colaboración con los demás dicasterios y organismos de la Curia romana, respetando las relativas competencias, está al servicio de las Iglesias particulares, especialmente en los territorios de tradición cristiana donde se manifiesta con mayor evidencia el fenómeno de la secularización.
Art. 3
Entre las tareas específicas del Consejo se señalan:
1. profundizar el significado teológico y pastoral de la nueva evangelización;
2. promover y favorecer, en estrecha colaboración con las Conferencias episcopales interesadas, que podrán tener un organismo ad hoc, el estudio, la difusión y la puesta en práctica del Magisterio pontificio relativo a las temáticas relacionadas con la nueva evangelización;
3. dar a conocer y sostener iniciativas relacionadas con la nueva evangelización organizadas en las diversas Iglesias particulares y promover la realización de otras nuevas, involucrando también activamente las fuerzas presentes en los institutos de vida consagrada y en las sociedades de vida apostólica, así como en las agregaciones de fieles y en las nuevas comunidades;
4. estudiar y favorecer el uso de las formas modernas de comunicación, como instrumentos para la nueva evangelización;
5. promover el uso del Catecismo de la Iglesia católica, como formulación esencial y completa del contenido de la fe para los hombres de nuestro tiempo.
Art. 4
§ 1. Dirige el Consejo un arzobispo presidente, con la ayuda de un secretario, un subsecretario y un número conveniente de oficiales, según las normas establecidas por la constitución apostólica Pastor bonus y el Reglamento general de la Curia romana.
§ 2. El Consejo tiene miembros propios y puede disponer de consultores propios. 
Ordeno que todo lo que se ha deliberado con el presente Motu proprio tenga valor pleno y estable, a pesar de cualquier disposición contraria, aunque sea digna de particular mención, y establezco que se promulgue mediante la publicación en el periódico «L'Osservatore Romano» y que entre en vigor el día de la promulgación."

Con posterioridad a estas intervenciones, el Papa Benedicto XVI volvió sobre los puntos indicativos de la acción del nuevo dicasterio en su discurso del 30 de mayo de 2011 a los miembros de la plenaria del Consejo Pontificio: 
" Confío en que, en el trabajo de estos días, tracéis un proyecto capaz de ayudar a toda la Iglesia y a las distintas Iglesias particulares en el compromiso de la nueva evangelización; un proyecto en el que la urgencia de un anuncio renovado se haga cargo de la formación, en especial para las nuevas generaciones, y se conjugue con la propuesta de signos concretos adecuados para hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer en este momento peculiar. Si, por un lado, toda la comunidad está llamada a vigorizar el espíritu misionero para dar el nuevo anuncio que esperan los hombres de nuestro tiempo, no se podrá olvidar que el estilo de vida de los creyentes necesita una credibilidad genuina, tanto más convincente cuanto más dramática es la condición de aquellos a quienes se dirigen."

Puede verse en: "http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2011/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20110530_nuova-evangelizzazione.html




III. En el magisterio del S. P. Francisco:


Respecto al anuncio del Evangelio, y, en particular en relación con la responsabilidad que en este corresponde a todos los fieles cristianos, debe señalarse que el S. P. Francisco, al concluir el "año de la fe", el 24 de noviembre de 2013 hizo pública la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG) precisamente "sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual".

Advirtió en ella que
"Son innumerables los temas relacionados con la evangelización en el mundo actual que podrían desarrollarse aquí. Pero he renunciado a tratar detenidamente esas múltiples cuestiones que deben ser objeto de estudio y cuidadosa profundización. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización»" (n. 16).
Esta delimitación de la materia la colocó, sin embargo, con posterioridad a los nn. 1 a 15, en los que había desarrollado una serie de "puntos", como los llamó, a partir de los cuales quiso "mostrar" y proponer su "importante incidencia práctica" "en la tarea actual de la Iglesia", que, por cierto, se puede cumplir "en cualquier actividad que se realice" (n. 18).

Tales "puntos", de profundización bíblica especialmente y en torno a la alegría como eje conductor, se dividen, a su vez, en tres apartes: I. Alegría que se renueva y se comunica (nn. 2-8); II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar (nn. 9-13); III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe (nn. 14-15). 

De estos puntos pasó a estudiar la "incidencia práctica" que ellos tenían "en la tarea actual de la Iglesia", en la que destacó cinco elementos (n. 17). 

Ante la imposibilidad de transcribir aquí, o, al menos, de resumir adecuadamente el documento de 142 páginas - que invitamos a leer en la traducción a las principales lenguas -, podemos sencillamente mostrar el esquema de tales enunciados bajo sus respectivas denominaciones (indicadas, a su vez, con los subtemas que allí se tratan; entre paréntesis, los números de referencia), y colocar en color resaltado aquellos elementos que directamente tienen que ver con la disciplina canónica, comenzando, precisamente, por el que aquí nos ocupa, a saber, a quiénes corresponde la responsabilidad del anuncio del Evangelio (sección I del capítulo 3):


1) La transformación misionera de la Iglesia:


I. Una Iglesia en salida [20-24]

  • Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24]

II. Pastoral en conversión [25-33]

  • Una impostergable renovación eclesial [27-33]

III. Desde el corazón del Evangelio [34-39]

IV. La misión que se encarna en los límites humanos [40-45]

V. Una madre de corazón abierto [46-49]



2) En la crisis del compromiso comunitario:



I. Algunos desafíos del mundo actual [52-75]

  • No a una economía de la exclusión [53-54]
  • No a la nueva idolatría del dinero [55-56]
  • No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58]
  • No a la inequidad que genera violencia [59-60]
  • Algunos desafíos culturales [61-67]
  • Desafíos de la inculturación de la fe [68-70]
  • Desafíos de las culturas urbanas [71-75]

II. Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]

  • Sí al desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
  • No a la acedia egoísta [81-83]
  • No al pesimismo estéril [84-86]
  • Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92]
  • No a la mundanidad espiritual [93-97]
  • No a la guerra entre nosotros [98-101]
  • Otros desafíos eclesiales [102-109]

3) El anuncio del Evangelio:

I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]

  • Un pueblo para todos [112-114]
  • Un pueblo con muchos rostros [115-118]
  • Todos somos discípulos misioneros [119-121]
  • La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
  • Persona a persona [127-129]
  • Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
  • Cultura, pensamiento y educación [132-134]

II. La homilía [135-144]

  • El contexto litúrgico [137-138]
  • La conversación de la madre [139-141]
  • Palabras que hacen arder los corazones [142-144]

III. La preparación de la predicación [145-159]

  • El culto a la verdad [146-148]
  • La personalización de la Palabra [149-151]
  • La lectura espiritual [152-153]
  • Un oído en el pueblo [154-155]
  • Recursos pedagógicos [156-159]

IV. Una evangelización para la profundización del kerygma [160-175]

  • Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
  • El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
  • En torno a la Palabra de Dios [174-175]

4) La dimensión social de la Evangelización:

I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma [177-185]

  • Confesión de la fe y compromiso social [178-179]
  • El Reino que nos reclama [180-181]
  • La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]

II. La inclusión social de los pobres [186-216]

  • Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192]
  • Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196]
  • El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios [197-201]
  • Economía y distribución del ingreso [202-208]
  • Cuidar la fragilidad [209-216]

III. El bien común y la paz social [217-237]

  • El tiempo es superior al espacio [222-225]
  • La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
  • La realidad es más importante que la idea [231-233]
  • El todo es superior a la parte [234-237]

IV. El diálogo social como contribución a la paz [238-258]

  • El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias [242-243]
  • El diálogo ecuménico [244-246]
  • Las relaciones con el Judaísmo [247-249]
  • El diálogo interreligioso [250-254]
  • El diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258]

5) Evangelizadores con espíritu.

I. Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283]

  • El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva [264-267]
  • El gusto espiritual de ser pueblo [268-274]
  • La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu [275-280]
  • La fuerza misionera de la intercesión [281-283]

II. María, la Madre de la evangelización [284-288]

  • El regalo de Jesús a su pueblo [285-286]
  • La Estrella de la nueva evangelización [287-288]


Véase el texto completo en:
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html



Posteriormente, con ocasión de una visita que le hicieran los miembros de la Federación Italiana de Asociaciones de Sordos el 25 de abril de 2019, el S. P. Francisco reiteró:
"“Más que nunca en el contexto cultural y social de hoy, también vosotros, sordos, sois un don en la Iglesia”, subrayó el Papa citando su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (n. 120) donde se lee: " En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador”. Por lo tanto, también la presencia de personas sordas entre los trabajadores pastorales, formados naturalmente de acuerdo con sus inclinaciones y capacidades, puede representar realmente un recurso y una oportunidad para la evangelización". (Véase el texto completo en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2019/04/25/sord.html y de la exhortación apostólica en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html).



Se invita, además, en este mismo contexto de evangelización, a la lectura de la Carta del Santo Padre Francisco a los Fieles cristianos de Alemania, del 29 de junio de 2019, en la que, con vistas a un próximo sínodo que desean realizar, luego de indicarles que "camina con ellos", les hace sugerencias a partir de su personal reflexión (15 de septiembre de 2018) sobre la sinodalidad de la Iglesia en el tiempo presente (http://w2.vatican.va/content/francesco/it/apost_constitutions/documents/papa-francesco_costituzione-ap_20180915_episcopalis-communio.html) y de las anotaciones que hizo sobre el tema en la reunión (20 de mayo de 2019) que tuvo con la Conferencia Episcopal Italiana (http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2019/may/documents/papa-francesco_20190520_cei.html).
Véase el texto completo en:
http://w2.vatican.va/content/francesco/it/letters/2019/documents/papa-francesco_20190629_lettera-fedeligermania.html#_ftnref46



NdE

No se debe dejar de señalar en este mismo contexto de evangelización y de "nueva evangelización", la iniciativa del S. P. Francisco a la cual, por otra parte, ya se ha aludido en otro lugar (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2019/04/l_29.html), de, primero, junto con la obligación y el derecho de anunciar la Palabra de Dios por parte de todos los fieles cristianos; segundo, de destacar la importancia que tiene para la Iglesia, "celebrar, reflexionar y divulgar" la Palabra de Dios. Para lo cual, ha instituido, para ser celebrado por toda la Iglesia, el Domingo de la Palabra de Dios, correspondiente al III Domingo del tiempo ordinario de cada año litúrgico, justo en la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos, por el fortalecimiento de los lazos con los Judíos, y la celebración de la Conversión de San Pablo (http://w2.vatican.va/content/francesco/es/motu_proprio/documents/papa-francesco-motu-proprio-20190930_aperuit-illis.html). Esta entre otras iniciativas que puedan crearse o se estén efectuando en todas las "comunidades" del mundo.
Para ello, v. gr., con ocasión de la primera de estas celebraciones (2020), en Roma se tendrá un programa que puede verse en: http://www.pcpne.va/content/pcpne/it/news/2020-01-18.html.



      II.            Responsables


C. 756

         1.         El Romano Pontífice y el Colegio de los Obispos


El c. en su § 1 determina, a primera vista, la que sería una responsabilidad “ad intra” de la Iglesia: “quoad universam Ecclesiam”: que se trata de una tarea que “principalmente” (“praecipue”) se ha de ejercer en relación con ella[5].

Si tal interpretación fuera la correcta, habría que preguntar, entonces, a quien correspondería la responsabilidad de anunciar el Evangelio en un sentido universal.

Se ha de notar que en el antiguo CIC17 se leía (c. 1327 § 1*[6]) el mismo “praecipue”: ¿tiene en el c. actual el mismo sentido y valor?

De hecho, en el Esquema de 1977 así aparecía, como la responsabilidad (“praecipue”: diríamos, “exclusiva”) de los Obispos a una con el Romano Pontífice.

Ha de recordarse que bajo la vigencia del CIC17 el concepto de Colegio Episcopal prácticamente no se conocía, de ahí que cuando se trataba de este asunto, la tarea correspondía, en primer lugar, al Romano Pontífice, y, luego, a los Obispos: el primero, en relación con la Iglesia universal; los segundos, en relación con quienes se encuentran dentro de los límites de su circunscripción. Era la rigidez estructural del CIC17. En las fuentes de ese c. se aludía a textos que hablaban de la responsabilidad de los Obispos y máxime del Romano Pontífice. La idea de esta relación piramidal era la forma típica de jerarquizar en ese CIC.

Pero vino entonces el Concilio Vaticano II. El Concilio en diversos lugares se refirió de manera nueva a las responsabilidades derivadas de la tarea del anuncio del Evangelio, urgiendo a todos los Obispos del Colegio la parte “principal” que les corresponde:


En LG encontramos, por ejemplo:
“Cada uno de los Obispos que es puesto al frente de una Iglesia particular, ejerce su poder pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios a él encomendada, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal. Pero en cuanto miembros del Colegio episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos y cada uno, en virtud de la institución y precepto de Cristo [69], están obligados a tener por la Iglesia universal aquella solicitud que, aunque no se ejerza por acto de jurisdicción, contribuye, sin embargo, en gran manera al desarrollo de la Iglesia universal. Deben, pues, todos los Obispos promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, instruir a los fieles en el amor de todo el Cuerpo místico de Cristo, especialmente de los miembros pobres, de los que sufren y de los que son perseguidos por la justicia (cf. Mt 5,10); promover, en fin, toda actividad que sea común a toda la Iglesia, particularmente en orden a la dilatación de la fe y a la difusión de la luz de la verdad plena entre todos los hombres. Por lo demás, es cierto que, rigiendo bien la propia Iglesia como porción de la Iglesia universal, contribuyen eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico, que es también el cuerpo de las Iglesias [70].

El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato, imponiéndoles un oficio común, según explicó ya el papa Celestino a los Padres del Concilio de Efeso [71]. Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su propio oficio, están obligados a colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien particularmente le ha sido confiado el oficio excelso de propagar el nombre cristiano [72]. Por lo cual deben socorrer con todas sus fuerzas a las misiones, ya sea con operarios para la mies, ya con ayudas espirituales y materiales; bien directamente por sí mismos, bien estimulando la ardiente cooperación de los fieles. Procuren, pues, finalmente, los Obispos, según el venerable ejemplo de la antigüedad, prestar con agrado una fraterna ayuda a las otras Iglesias, especialmente a las más vecinas y a las más pobres, dentro de esta universal sociedad de la caridad” (LG 23bc).

Poco después, insistió:
“Los Obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda creatura, a fin de que todos los hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de los mandamientos (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-16; Hch 26, 17 s). Para el desempeño de esta misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés, para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes (cf. Hch1,8; 2, 1 ss; 9,15). Este encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad diaconía, o sea ministerio (cf. Hch 1,17 y 25; 21,19; Rm 11,13; 1Tm 1,12)” (LG 24.a).
Bajo tales presupuestos, un poco más adelante indicó:
“Entre los principales oficios de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio [75]. Porque los Obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación cosas nuevas y viejas (cf. Mt 13, 52), la hacen fructificar y con vigilancia apartan de su grey los errores que la amenazan (cf. 2 Tm 4,1-4). Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.”

Luego, antes de pronunciarse por la actividad de los Obispos en relación con sus Iglesias particulares (CD 3), en el n. 2b afirmó:
“Pero también los Obispos, por su parte, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de las almas, y juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor eterno. Ahora bien, Cristo dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y el poder de enseñar a todas las gentes y de santificar a los hombres en la verdad y de apacentarlos. Por consiguiente, los Obispos han sido constituidos por el Espíritu Santo, que se les ha dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores” (CD 2b).

Finalmente, en el decreto AG, sobre la labor misional, señaló que se trata de una actividad de la máxima importancia: “imprimis” dice:
“Perteneciendo, ante todo, al cuerpo de los Obispos la preocupación de anunciar el Evangelio en todo el mundo, el sínodo de los Obispos, o sea "el Consejo estable de Obispos para la Iglesia universal", entre los negocios de importancia general, considere especialmente la actividad misional deber supremo y santísimo de la Iglesia” (AG 29.a).

Acogiendo estas indicaciones, en el proyecto de “Ley fundamental de la Iglesia” (LEF) se decía: “Cura Evangelium ubique terrarum annuntiandi…”. Más aún. Se decía: “toti Ecclesiae commissa est cura…”: de nuevo, la expresión enseñaba que la obligación de anunciar el Evangelio corresponde a todos en la Iglesia sin distinción.

Este es, entonces, el contexto genuino en el que se ha de interpretar el c. 756 § 1:Quoad universam Ecclesiam” quiere indicar que el ámbito de la responsabilidad del anuncio del Evangelio a todas las gentes incumbe a todos en la Iglesia: “Praecipue”, como afirma el c. en comento. Luego viene la tarea propia que, en ella, corresponde a cada uno. 


El Papa san Pablo VI intervino para abundar en la clarificación del asunto, no sólo mediante el III Sínodo de los Obispos convocado para tratarlo[7], sino mediante su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (nn. 66-68):
“66. Toda la Iglesia está pues llamada a evangelizar y, sin embargo, en su seno tenemos que realizar diferentes tareas evangelizadoras. Esta diversidad de servicios en la unidad de la misma misión constituye la riqueza y la belleza de la evangelización. Recordemos estas tareas en pocas palabras.
En primer lugar, séanos permitido señalar en las páginas del Evangelio la insistencia con la que el Señor confía a los Apóstoles la función de anunciar la Palabra. El los ha escogido[94], formado durante varios años de intimidad[95], constituido[96] y mandado[97] como testigos y maestros autorizados del mensaje de salvación. Y los Doce han enviado a su vez a sus sucesores que, en la línea apostólica, continúan predicando la Buena Nueva.
67. El Sucesor de Pedro, por voluntad de Cristo, está encargado del ministerio preeminente de enseñar la verdad revelada. El Nuevo Testamento presenta frecuentemente a Pedro "lleno del Espíritu Santo", tomando la palabra en nombre de todos[98]. Por eso mismo San León Magno habla de él como de aquel que ha merecido el primado del apostolado[99]. Por la misma razón la voz de la Iglesia presenta al Papa "en el culmen —in apice, in specula—, del apostolado"[100]. El Concilio Vaticano II ha querido subrayarlo, declarando que "el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) se refiere ante todo e inmediatamente a los obispos con Pedro y bajo la guía de Pedro"[101].
La potestad plena, suprema y universal[102] que Cristo ha confiado a su Vicario para el gobierno pastoral de su Iglesia, consiste por tanto especialmente en la actividad, que ejerce el Papa, de predicar y de hacer predicar la Buena Nueva de la salvación.
Unidos al Sucesor de Pedro, los obispos, sucesores de los Apóstoles, reciben en virtud de su ordenación episcopal, la autoridad para enseñar en la Iglesia la verdad revelada. Son los maestros de la fe.
68. A los obispos están asociados en el ministerio de la evangelización, como responsables a título especial, los que por la ordenación sacerdotal obran en nombre de Cristo[103], en cuanto educadores del pueblo de Dios en la fe, predicadores, siendo además ministros de la Eucaristía y de los otros sacramentos.
Todos nosotros, los Pastores, estamos pues invitados a tomar conciencia de este deber, más que cualquier otro miembro de la Iglesia. Lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal, lo que da unidad profunda a la infinidad de tareas que nos solicitan a lo largo de la jornada y de la vida, lo que confiere a nuestras actividades una nota específica, es precisamente esta finalidad presente en toda acción nuestra: "anunciar el Evangelio de Dios"[104].
He ahí un rasgo de nuestra identidad, que ninguna duda debiera atacar, ni ninguna objeción eclipsar: en cuanto Pastores, hemos sido escogidos por la misericordia del Supremo Pastor[105], a pesar de nuestra insuficiencia, para proclamar con autoridad la Palabra de Dios; para reunir al pueblo de Dios que estaba disperso: para alimentar a este pueblo con los signos de la acción de Cristo que son los sacramentos; para ponerlo en el camino de la salvación; para mantenerlo en esa unidad de la que nosotros somos, a diferentes niveles, instrumentos activos y vivos; para animar sin cesar a esta comunidad reunida en torno a Cristo siguiendo la línea de su vocación más íntima. Y cuando, en la medida de nuestros límites humanos y secundando la gracia de Dios, cumplimos todo esto, realizamos una labor de evangelización: Nos, como Pastor de la Iglesia universal; nuestros hermanos los obispos, a la cabeza de las Iglesias locales; los sacerdotes y diáconos, unidos a sus obispos, de los que son colaboradores, por una comunión que tiene su fuente en el sacramento del orden y en la caridad de la Iglesia.”

Así, pues, en una Iglesia por vocación y por naturaleza misionera, “ante todo” se urge esta responsabilidad del anuncio evangélico a todas las gentes de manera especial a cada uno en la misma Iglesia, y, en ejercicio de dicha responsabilidad, una tarea distintiva corresponde al Romano Pontífice y, con él, a todo el Colegio de los Obispos.


NdE

El S. P. Francisco, por su parte, reiteró esta enseñanza y disciplina; pero destacó, al mismo tiempo, que, también en este punto, él está dispuesto a "ponerse al día" y a "convertirse", tanto en los aspectos personales como en los precisamente ministeriales - en los que desea mantener la continuidad comenzada por sus antecesores -. Del mismo modo, pidió que a esa tarea se abocara y se asociara el Colegio de los Obispos en sus diversos niveles de representación. Así escribió en la citada EG:

"32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva»[35]. Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral
El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta»[36]. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal[37]. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera."



         2.         Los Obispos


Cada uno de los Obispos, señala el § 2, tiene este cometido “en relación con su Iglesia particular”.

Ya sobre esta primordial misión episcopal se había pronunciado el Papa Benedicto XV[8], insistiendo en lo que señalaba el c. 1327 § 2* (cf. supra) del CIC que él mismo había promulgado. Su insistencia era clara: que especialmente “a ellos mismos”, los Obispos, les corresponde “predicar”.


En el CIC83 se apoya el parágrafo en el citado n. 3 de CD, pero, de igual modo, en los nn. 11 y 12 del mismo decreto:
“11. La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
Cada uno de los Obispos a los que se ha confiado el cuidado de cada Iglesia particular, bajo la autoridad del Sumo Pontífice, como sus pastores propios, ordinarios e inmediatos, apacienten sus ovejas en el Nombre del Señor, desarrollando en ellas su oficio de enseñar, de santificar y de regir. Ellos, sin embargo, deben reconocer los derechos que competen legítimamente a los patriarcas o a otras autoridades jerárquicas.
Los Obispos deben dedicarse a su labor apostólica como testigos de Cristo delante de los hombres, interesándose no sólo por los que ya siguen al Príncipe de los Pastores, sino consagrándose totalmente a los que de alguna manera perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo, para que todos caminen "en toda bondad, justicia y verdad" (Ef., 5,9).
12. En el ejercicio de su ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que sobresale entre los principales de los Obispos, llamándolos a la fe con la fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva. Propónganles el misterio íntegro de Cristo, es decir, aquellas verdades cuyo desconocimiento es ignorancia de Cristo, e igualmente el camino que se ha revelado para la glorificación de Dios y por ello mismo para la consecución de la felicidad eterna.
Muéstrenles, asimismo, que las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas, por la determinación de Dios Creador, se ordenan también a la salvación de los hombres y, por consiguiente, pueden contribuir mucho a la edificación del Cuerpo de Cristo.
Enséñenles, por consiguiente, cuánto hay que apreciar la persona humana, con su libertad y la misma vida del cuerpo, según la doctrina de la Iglesia; la familia y su unidad y estabilidad, la procreación y educación de los hijos; la sociedad civil, con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso, las artes y los inventos técnicos; la pobreza y la abundancia, y expónganles, finalmente, los principios con los que hay que resolver los gravísimos problemas acerca de la posesión de los bienes materiales, de su incremento y recta distribución, acerca de la paz y de las guerras y de la vida hermanada de todos pueblos.”

Cuando se trata del ministerio de la palabra de Dios se habla de la predicación de la misma, y se señala que ella es una fundamental tarea de los Obispos, como recuerdan también el c. 386 § 1 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/10/l_12.html) y el c. 213 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/02/l.html).

Siendo los Obispos los moderadores de todo el ministerio de la palabra de Dios, dos puntos merecen ser destacados:

·         No se restringe este ministerio a una sola actividad, la homilía, por ejemplo; él tiene diversas, por no decir muchas, posibilidades (momentos, formas, lugares, medios, etc.) de expresión, que no han de descuidarse.

·         Entre ellas, existe la posibilidad de ejercerlo simultánea, conjuntamente, por parte de varios Obispos para varias Iglesias “de acuerdo con la norma del derecho”, determina el § 2. Existe la posibilidad, pero, de alguna manera al optar por ella, el Obispo limita voluntariamente su expresión en su diócesis.


NdE

El S. P. Francisco, en la ya mencionada EG, dedicó varios párrafos para invitar a sus hermanos Obispos a mantener, acrecentar y renovar su espíritu y su dinamismo evangelizador, atentos a la conexión existente entre el anuncio del Evangelio y los diversos, complejos, serios y urgentes problemas del presente. Algunos de tales textos son:  

"15. Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia»[14]. La actividad misionera «representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia»[15] y «la causa misionera debe ser la primera»[16]. ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. En esta línea, los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos»[17] y que hace falta pasar «de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera»[18]. Esta tarea sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia: «Habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7)."

"30. Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera. Ella es el sujeto primario de la evangelización[30], ya que es la manifestación concreta de la única Iglesia en un lugar del mundo, y en ella «verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica»[31]. Es la Iglesia encarnada en un espacio determinado, provista de todos los medios de salvación dados por Cristo, pero con un rostro local. Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos socioculturales[32]. Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado[33]. En orden a que este impulso misionero sea cada vez más intenso, generoso y fecundo, exhorto también a cada Iglesia particular a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma."
"31. El Obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico[34] y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos." 
"33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral."

"76. Siento una enorme gratitud por la tarea de todos los que trabajan en la Iglesia. No quiero detenerme ahora a exponer las actividades de los diversos agentes pastorales, desde los Obispos hasta el más sencillo y desconocido de los servicios eclesiales. Me gustaría más bien reflexionar acerca de los desafíos que todos ellos enfrentan en medio de la actual cultura globalizada. Pero tengo que decir, en primer lugar y como deber de justicia, que el aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre. Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más."

"104. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal «nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad»[73]. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza —es decir, como fuente capital de la gracia— no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones «no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros»[74]. De hecho, una mujer, María, es más importante que los Obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere «jerárquica», hay que tener bien presente que «está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo»[75]. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia." 
"191. En cada lugar y circunstancia, los cristianos, alentados por sus Pastores, están llamados a escuchar el clamor de los pobres, como tan bien expresaron los Obispos de Brasil: «Deseamos asumir, cada día, las alegrías y esperanzas, las angustias y tristezas del pueblo brasileño, especialmente de las poblaciones de las periferias urbanas y de las zonas rurales —sin tierra, sin techo, sin pan, sin salud— lesionadas en sus derechos. Viendo sus miserias, escuchando sus clamores y conociendo su sufrimiento, nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta. El problema se agrava con la práctica generalizada del desperdicio»[158]."

"215. Hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la creación. Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación. No dejemos que a nuestro paso queden signos de destrucción y de muerte que afecten nuestra vida y la de las futuras generaciones[177]. En este sentido, hago propio el bello y profético lamento que hace varios años expresaron los Obispos de Filipinas: «Una increíble variedad de insectos vivían en el bosque y estaban ocupados con todo tipo de tareas […] Los pájaros volaban por el aire, sus plumas brillantes y sus diferentes cantos añadían color y melodía al verde de los bosques [...] Dios quiso esta tierra para nosotros, sus criaturas especiales, pero no para que pudiéramos destruirla y convertirla en un páramo [...] Después de una sola noche de lluvia, mira hacia los ríos de marrón chocolate de tu localidad, y recuerda que se llevan la sangre viva de la tierra hacia el mar [...] ¿Cómo van a poder nadar los peces en alcantarillas como el río Pasig y tantos otros ríos que hemos contaminado? ¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[178]."

"230. El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada», como bien enseñaron los Obispos del Congo: «La diversidad de nuestras etnias es una riqueza [...] Sólo con la unidad, con la conversión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer avanzar nuestro país»[184]."

"250. Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes. Este diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas. Este diálogo es, en primer lugar, una conversación sobre la vida humana o simplemente, como proponen los Obispos de la India, «estar abiertos a ellos, compartiendo sus alegrías y penas»[194]. Así aprendemos a aceptar a los otros en su modo diferente de ser, de pensar y de expresarse. De esta forma, podremos asumir juntos el deber de servir a la justicia y la paz, que deberá convertirse en un criterio básico de todo intercambio. Un diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. Los esfuerzos en torno a un tema específico pueden convertirse en un proceso en el que, a través de la escucha del otro, ambas partes encuentren purificación y enriquecimiento. Por lo tanto, estos esfuerzos también pueden tener el significado del amor a la verdad."


3.      Los presbíteros


C. 757

En el c. 1327 § 2* del CIC17 se leía:


“§2. Episcopi tenentur officio praedicandi per se ipsi Evangelium, nisi legitimo prohibeantur impedimento; et insuper, praeter parochos, debent alios quoque viros idoneos in auxilium assumere ad huiusmodi praedicationis munus salubriter exsequendum.”
Los demás presbíteros quedaban comprendidos entonces dentro de los "viros idoneos".

Por el contrario, en el CIC vigente se destacan:

·         En general: “Proprium est”, afirma el c.

Antes del Concilio se mantuvo la enseñanza del Concilio de Trento en el sentido de que los presbíteros eran ordenados para los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. Poco sobre su misión de predicar la palabra de Dios.

Los documentos del Vaticano II hicieron énfasis en la misión de los presbíteros “para la evangelización”:

Leemos en PO 4.a que se trata de su “primer oficio”:
“El Pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la palabra de Dios vivo[24], que con todo derecho hay que esperar de la boca de los sacerdotes[25]. Pues como nadie puede salvarse, si antes no cree[26], los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo[27], para constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: "Id por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura" (Mc., 16, 15)[28]. Porque con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del Apóstol: "La fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo" (Rom., 10, 17). Los presbíteros, pues, se deben a todos, en cuanto a todos deben comunicar la verdad del Evangelio[29] que poseen en el Señor. Por tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando entre ellos una conducta ejemplar[30], ya anuncien a los no creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente, ya enseñen el catecismo cristiano o expongan la doctrina de la Iglesia, ya procuren tratar los problemas actuales a la luz de Cristo, es siempre su deber enseñar, no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la conversión y a la santidad[31]. Pero la predicación sacerdotal, muy difícil con frecuencia en las actuales circunstancias del mundo, para mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios, no sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio.”

El texto de LG 28ab se empleó como fuente en la elaboración del proyecto de LEF de 1980:
“Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (cf. Jn 10,36), ha hecho partícipes de su consagración y de su misión, por medio de sus Apóstoles, a los sucesores de éstos, es decir, a los Obispos [98], los cuales han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio, en distinto grado, a diversos sujetos en la Iglesia. Así, el ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos [99]. Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y dependen de los Obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio[100] y, en virtud del sacramento del orden [101], han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento [102], a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (cf. Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. Participando, en el grado propio de su ministerio, del oficio del único Mediador, Cristo (cf. 1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde, obrando en nombre de Cristo [103] y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y representan y aplican [104] en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor (cf. 1 Co 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (cf. Hb 9,11-28). Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio, y presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles (cf. Hb 5,1-13). Ejerciendo, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza [105], reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad [106], y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24). Se afanan, finalmente, en la palabra y en la enseñanza (cf. 1 Tm 5,17), creyendo aquello que leen cuando meditan la ley del Señor, enseñando aquello que creen, imitando lo que enseñan [107].
Los presbíteros, próvidos cooperadores del Orden episcopal [108] y ayuda e instrumento suyo, llamados para servir al Pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un solo presbiterio [109], dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones locales de fieles representan al Obispo, con el que están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12), Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia. Por esta participación en el sacerdocio y en la misión, los presbíteros reconozcan verdaderamente al Obispo como a padre suyo y obedézcanle reverentemente. El Obispo, por su parte, considere a los sacerdotes, sus cooperadores, como hijos y amigos, a la manera en que Cristo a sus discípulos no los llama ya siervos, sino amigos (cf. Jn 15,15). Todos los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, están, pues, adscritos al Cuerpo episcopal, por razón del orden y del ministerio, y sirven al bien de toda la Iglesia según vocación y gracia de cada cual.”

En PO se enuncia éste, pues, como el “primum officium” de los sacerdotes, y así se incluyó en el Esquema de 1977. Pero, ya para la discusión del Esquema de 1980, aparecía la variación de “primum” a “proprium”. Las dos expresiones poseen una carga teológica muy fuerte. De hecho, el Papa Pío XI en la encíclica (Encíclica "Ad catholici sacerdotii", pág. 16) afirmó que la predicación del Evangelio es un oficio que el sacerdote no podía dejar de realizar: esta suya era una misión irrenunciable e inalienable.



·         El CIC17, por su parte, en el c. 1327 § 2*[9] urgía a los Obispos y a los párrocos este ministerio, y a los primeros les pedía que llamaran a otros “varones idóneos” para que les auxiliaran en este ministerio (cf. c. 213: http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/02/l.html).

En el CIC actualmente vigente se señala que se trata de una tarea especial de los párrocos y de cuantos tienen como ellos “cura de almas”: lo afirma este c. 757, pero, también, como se vio, el c. 528 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2019/01/l.html). En el Concilio los textos (además de los ya citados) subrayan los fundamentos para ello al tiempo que destacan que se trata de una actividad que acompaña todas las actividades de su ministerio:
“Cooperadores muy especialmente del Obispo son los párrocos, a quienes se confía como a pastores propios el cuidado de las almas de una parte determinada de la diócesis, bajo la autoridad del Obispo:
1) En el desempeño de este cuidado los párrocos con sus auxiliares cumplan su deber de enseñar, de santificar y de regir de tal forma que los fieles y las comunidades parroquiales se sientan, en realidad, miembros tanto de la diócesis, como de toda la Iglesia universal. Por lo cual colaboren con otros párrocos y otros sacerdotes que ejercen en el territorio el oficio pastoral (como son, por ejemplo, los vicarios foráneos, deanes) o dedicados a las obras de índole supra parroquial, para que no falte unidad en la diócesis en el cuidado pastoral e incluso sea éste más eficaz.
El cuidado de las almas ha de estar, además, informado por el espíritu misionero, de forma que llegue a todos los que viven en la parroquia. Pero si los párrocos no pueden llegar a algunos grupos de personas, reclamen la ayuda de otros, incluso seglares, para que los ayuden en lo que se refiere al apostolado.
Para dar más eficacia al cuidado de las almas se recomienda vivamente la vida común de los sacerdotes, sobre todo de los adscritos a la misma parroquia, lo cual, al mismo tiempo que favorece la acción apostólica, da a los fieles ejemplo de caridad y de unidad.
2) En el desempeño del deber del magisterio, es propio de los párrocos: predicar la palabra de Dios a todos los fieles, para que éstos, fundados en la fe, en la esperanza y en la caridad, crezcan en Cristo y la comunidad cristiana pueda dar el testimonio de caridad, que recomendó el Señor; igualmente, el comunicar a los fieles por la instrucción catequética el conocimiento pleno del misterio de la salvación, conforme a la edad de cada uno. Para dar esta instrucción, busque no sólo la ayuda de los religiosos, sino también la cooperación de los seglares, erigiendo también la Cofradía de la Doctrina Cristiana.
Al llevar a cabo la obra de la santificación procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana, y procuren, además, que los fieles se nutran del alimento espiritual por la recepción frecuente de los sacramentos y por la participación consciente y activa en la liturgia. No olviden tampoco los párrocos que el sacramento de la penitencia, ayuda muchísimo para robustecer la vida cristiana, por lo cual han de estar siempre dispuestos a oír las confesiones de los fieles llamando también, si es preciso, otros sacerdotes que conozcan varias lenguas.
En cumplimiento de su deber pastoral procuren, ante todo, los párrocos conocer su propio rebaño. Pero siendo servidores de todas las ovejas, incrementen la vida cristiana, tanto en cada uno en particular como en las familias y en las asociaciones, sobre todo en las dedicadas al apostolado, y en toda la comunidad parroquial. Visiten, pues, las casas y las escuelas, según les exija su deber pastoral; atiendan cuidadosamente a los adolescentes y a los jóvenes; desplieguen la caridad paterna para con los pobres y los enfermos; tengan, finalmente, un cuidado especial con los obreros y esfuércense en conseguir que todos los fieles ayuden en las obras de apostolado.
3) Los vicarios parroquiales, como cooperadores del párroco, prestan diariamente un trabajo importante y activo en el ministerio parroquial, bajo la autoridad del párroco. Por lo cual, entre el párroco y sus vicarios ha de haber comunicación fraterna, caridad mutua y constante respeto; ayúdense mutuamente con consejos, ayudas y ejemplos, atendiendo a su deber parroquial con voluntad concorde y común esfuerzo” (CD 30).



4.      Los diáconos


C. 757

C. particular dedica el CIC83 a los diáconos, aplicando a ellos las normas generales sobre los clérigos y su participación en el ministerio de la palabra de Dios (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/04/l_27.html). Ciertamente se encuentran ellos en el grupo de “varones” a los que el c. 1327 § 2* aludía.

Los textos conciliares y pontificios han enseñado que las tareas que corresponden a los diáconos no se circunscriben a una asistencia al Obispo o a los presbíteros sino, precisamente, que, en comunión con ellos, los diáconos se abren a la atención de todo el pueblo de Dios en el servicio de la palabra – como expresa el c. –. Y lo precisan al caracterizar las actividades que les corresponden en esta línea de acción, particularmente “leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo”:

“En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio»[110]. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos» [111].”

En el (M. p. "Sacrum diaconatus ordinem", 1967) el Papa san Pablo VI lo recalcó:
“Leer a los fieles los divinos libros de la Escritura, y enseñar y exhortar al pueblo” (n. 22, 6°) […] Los diáconos no interrumpan los estudios, particularmente los sagrados: lean asiduamente los libros divinos de la Escritura; dedíquense al aprendizaje de las disciplinas eclesiásticas de modo que puedan exponer rectamente a los demás la doctrina católica y llegar a ser siempre más capaces de instruir y de robustecer los ánimos de los fieles. A tal fin, los diáconos sean invitados a participar en las reuniones periódicas en las que sean afrontados y tratados problemas relacionados con su vida y con el sagrado ministerio”.[10]


5.      Los miembros de los Institutos de vida consagrada


C. 758

En el Esquema de 1977 se escribía: “(Episcopi) assumant”; en el proyecto de LEF de 1975 se leía: “assumere possunt”; en el de LEF de 1980 no se dijo nada; en el Esquema de 1980 encontramos: “assumantur oportet”. Variaciones en el énfasis. El CIC83 optó por una forma más mitigada de su intervención en la misión de la Iglesia: “convenienter assumuntur”.

El fundamento de esta tarea peculiar lo expresaron el decreto conciliar CD y luego, posteriormente, el Papa san Pablo VI en EN, que son los textos-fuente directa del c. 573 § 1 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2019/02/l.html) – su propio género de vida es ya una forma de predicación del Evangelio – así como del c. presente – llamamiento en particular –:
“Todos los religiosos, a quienes en todo cuanto sigue se unen los hermanos de las demás instituciones que profesan los consejos evangélicos, cada uno según su propia vocación, tienen el deber de cooperar diligentemente en la edificación e incremento de todo el Cuerpo Místico de Cristo para bien de las Iglesias particulares.
Estos fines los han de procurar, sobre todo, con la oración, con obras de penitencia y con el ejemplo de vida. El sagrado Concilio los exhorta encarecidamente que aprecien estos ejercicios y crezcan en ellos sin cesar. Pero según la índole propia de cada religión, dediquen también su mayor esfuerzo a los ejercicios externos del apostolado” (CD 33).

El Papa, por su parte, escribió:
“Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santidad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos.
Por esto, asumen una importancia especial en el marco del testimonio que, como hemos dicho anteriormente, es primordial en la evangelización. Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores.
En esta perspectiva se intuye el papel desempeñado en la evangelización por los religiosos y religiosas consagrados a la oración, al silencio, a la penitencia, al sacrificio. Otros religiosos, en gran número, se dedican directamente al anuncio de Cristo. Su actividad misionera depende evidentemente de la jerarquía y debe coordinarse con la pastoral que ésta desea poner en práctica. Pero, ¿quién no mide el gran alcance de lo que ellos han aportado y siguen aportando a la evangelización? Gracias a su consagración religiosa, ellos son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Ellos son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo” (EN 69).


NdE

También el S. P. Francisco ha hecho alusión a la tarea evangelizadora que desempeñan los miembros de diversos Institutos de vida consagrada, no sólo en el quehacer diario que cumplen en las áreas de misiones, mediante un “celo misionero impregnado de valor” con el que llegan a las periferias que necesitan la luz del Evangelio, así como su apertura a nuevos horizontes pastorales; sino en las circunstancias más excepcionales de la entrega martirial de su propia vida. Así les habló, por ejemplo, a los participantes en el Capítulo general que la Sociedad de las Misiones Africanas (SMA) celebrado en Roma del 30 de abril al 24 de mayo de 2019:
"Os doy la bienvenida, miembros de la Sociedad de Misiones Africanas, con motivo de vuestra Asamblea General celebrada en Roma. Ese encuentro me permite dar gracias al Señor por el gran trabajo de evangelización que lleváis a cabo en África, especialmente entre las poblaciones rurales más remotas, donde la comunidad cristiana todavía es frágil o inexistente. También me alegro de vuestra disposición a desarrollar nuevas formas de presencia entre poblaciones de origen africano en otras partes del mundo, con especial atención a los migrantes.

Estos nuevos horizontes pastorales son el signo de la vitalidad del Espíritu Santo que vive en vosotros y os exhorta a responder a los "desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia" para "llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio" (Esort. Ap. Evangelii gaudium, 20). Os agradezco vuestro celo misionero, impregnado de valor, que os lleva a salir para ofrecer a todos la vida de Jesucristo, a veces poniendo en riesgo la vuestra, siguiendo los pasos de vuestros padres fundadores, el Siervo de Dios Melchor de Marion Brésillac y el padre Agustín Planque. En este sentido, me gustaría unirme a vuestra oración por vuestro hermano, el padre Pierluigi Maccalli, secuestrado desde hace varios meses en Níger, y asegurar la solicitud y la atención de la Santa Sede con respecto a esta situación preocupante. 
Este año habéis querido destacar el hecho de que vuestra comunidad apostólica forme una familia, con las Hermanas Misioneras y los laicos asociados. Una familia alegre, que crece gracias a las numerosas vocaciones en África y Asia. Este carácter familiar es indudablemente una riqueza que hacéis bien en subrayar y desarrollar.

La evangelización, en efecto, siempre es llevada a cabo por una comunidad que actúa “mediante obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo "(ibid., 24). También os animo a perseverar en vuestro compromiso, en estrecha colaboración con miembros de otras religiones e instituciones, al servicio de los niños y de las personas más frágiles, víctimas de la guerra, las enfermedades y la trata de seres humanos. Porque la elección por los últimos, por aquellos que la sociedad rechaza y deja de lado, es un signo que manifiesta concretamente la presencia y la solicitud de Cristo misericordioso. Así, impulsados ​​por el Espíritu, podéis ser servidores de una cultura de diálogo y encuentro, que cuida de los más pequeños y de los pobres, para contribuir al advenimiento de una verdadera fraternidad humana.

Fieles a vuestras raíces, estáis llamados, como familia y en cuanto familia, a testimoniar a Cristo resucitado a través del amor que os une unos a otros y con el radiante gozo de una auténtica vida fraterna. Por lo tanto, os invito a buscar constantemente, en la escucha de la Palabra de Dios, en la vida sacramental y en el servicio de los hermanos, los medios para renovar, en cada uno de vosotros, el encuentro personal con Cristo. De hecho, “ la primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvador por Él que nos mueve a amarlo siempre más”. [...] Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que nos ayuda a llevar una vida nueva”(ibid., 264)."
Véase el texto completo en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2019/05/17/mis.html


6.      Los laicos


C. 759

·         En términos generales, las laicas y laicos, en fin, como testigos que son del Evangelio tanto con su palabra como con su misma vida, tienen su propia parte en el anuncio de la Buena Noticia a todos los pueblos. Lo aseguraron los textos conciliares:

Ante todo, la constitución dogmática LG:
“Los laicos congregados en el Pueblo de Dios e integrados en el único Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas, las recibidas por el beneficio del Creador y las otorgadas por la gracia del Redentor, al crecimiento de la Iglesia y a su continua santificación.
Ahora bien, el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación. Y los sacramentos, especialmente la sagrada Eucaristía, comunican y alimentan aquel amor hacia Dios y hacia los hombres que es el alma de todo apostolado. Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos [113]. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo (Ef 4,7).
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los cristianos, los laicos también puede ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía [114], al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Flp 4,3; Rm 16,3ss). Por lo demás, poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos, que habrán de desempeñar con una finalidad espiritual.
Así, pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra. De consiguiente, ábraseles por doquier el camino para que, conforme a sus posibilidades y según las necesidades de los tiempos, también ellos participen celosamente en la obra salvífica de la Iglesia” (LG 33).


Todos los fieles cristianos, en razón del bautismo y de la confirmación que han recibido, son profetas-testigos del Evangelio. No necesariamente lo ejercen mediante la predicación. Ellos, como dice el texto, son “miembros vivos de la Iglesia”; y luego, en el n. 35, les llama “testigos y dotados del sentido de la fe”:
“Cristo, el gran Profeta, que proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch 2, 17-18; Ap 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Se manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente (Ef 5, 16; Col 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm 8, 25). Pero no escondan esta esperanza en el interior de su alma, antes bien manifiéstenla, incluso a través de las estructuras de la vida secular, en una constante renovación y en un forcejeo «con los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos» (Ef 6, 12).
Al igual que los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1), así los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe en la cosas que esperamos (cf. Hb 11, 1) cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo.
En esta tarea resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar. En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad.
Por consiguiente, los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo. Ya que si algunos de ellos, cuando faltan los sagrados ministros o cuando éstos se ven impedidos por un régimen de persecución, les suplen en ciertas funciones sagradas, según sus posibilidades, y si otros muchos agotan todas sus energías en la acción apostólica, es necesario, sin embargo, que todos contribuyan a la dilatación y al crecimiento del reino de Dios en el mundo. Por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la verdad revelada y pidan a Dios con instancia el don de la sabiduría”.

Los decretos conciliares AA 3 y AG 41 resumieron esta doctrina de la LG:
“Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.
El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la Iglesia. Más aún, el precepto de la caridad, que es el máximo mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3).
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7) "distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), para que "cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).
De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12; 19,21)” (AA 3).

En AG encontramos:
“Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos, sobre todo si, llamados por Dios, son destinados por los Obispos a esta obra.
En las tierras ya cristianas, los laicos cooperan a la obra de evangelización, fomentando en sí mismos y en los otros el conocimiento y el amor de las misiones, suscitando las vocaciones en la propia familia, en las asociaciones católicas y en las escuelas, ofreciendo ayudas de cualquier género, para dar a otros el don de la fe, que ellos recibieron gratuitamente.
En las tierras de misiones, los laicos, sean extranjeros o nativos, enseñen en las escuelas, administren los bienes temporales, colaboren en la actividad parroquial y diocesana, establezcan y promuevan diversas formas de apostolado seglar para que los fieles de las Iglesias jóvenes puedan, cuanto antes, asumir su propio papel en la vida de la Iglesia.
Los laicos, por fin, presten de buen grado su cooperación económico - social a los pueblos en vías de desarrollo; cooperación que es tanto más de alabar, cuanto más se relacione con la creación de aquellas instituciones que atañen a las estructuras fundamentales de la vida social, y se ordenan a la formación de quienes tienen la responsabilidad de la nación.
Son signos de elogio especial los seglares que, con sus investigaciones históricas o científicas - religiosas promueven el conocimiento de los pueblos y de las religiones en las universidades o institutos científicos, ayudando así a los heraldos del Evangelio y preparando el diálogo con los no cristianos.
Colaboren fraternalmente con otros cristianos, y con los no cristianos, sobre todo con los miembros de asociaciones internacionales, teniendo siempre presente que "la edificación de la ciudad terrena se funda en el Señor y a El se dirige".
Para cumplir todos estos cometidos, los laicos necesitan preparación técnica y espiritual, que debe darse en institutos destinados a este fin, para que su vida sea testimonio de Jesucristo entre los no cristianos según la frase del Apóstol: "No seáis objeto de escándalo ni para Judíos, ni para Gentiles, ni para la Iglesia de Dios, lo mismo que yo procuro agradar a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos para que se salven" (1Cor., 10,32-33)” (AG 41).


Ahora bien, como se vio, en el CIC17 se encontraba en el c. 1327 § 2* la expresión “viros idóneos”, que, en el contexto, se entendía que eran clérigos: era la interpretación del momento, no obstante que en el Concilio Vaticano I, en el decreto “De fide” (DS 3044/1819[11]) había dispuesto que se diera lugar a los laicos en la evangelización. El Papa León XIII en la encíclica Sapientiae christianae[12][i] del 10 de enero de 1890 decía que la propagación de la fe correspondía por oficio al Romano Pontífice y a los Obispos, pero que no se debía prohibir esta actividad a los fieles, sobre todo a los peritos; más aún, les recordaba que era un deber suyo propagar la fe con el testimonio de su vida y con su palabra.

Durante el período de revisión del CIC17[13] en el Esquema de 1977 se decía que los Obispos tomaran a los laicos como auxiliares en la evangelización, la expresión sonaba como un precepto. También en el proyecto de LEF se decía que se tomara a laicos de ambos sexos como auxiliares en razón del bautismo y de la confirmación. Sobre este texto un consultor pedía que se distinguiera entre bautizados y confirmados.


El presente c. particulariza entonces la normativa de los cc. 225 § 1 y 229 (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/02/l_27.html).


·         De acuerdo con la norma del c. en comento, laicas y laicos “pueden ser llamados” por los Pastores de la Iglesia para cooperarles en su ejercicio del ministerio de la palabra: más aún, deben ser llamados. Las indicaciones y motivaciones se encontraban ya en los textos conciliares:
“Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los cristianos, los laicos también puede ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía [114], al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Flp 4,3; Rm 16,3ss). Por lo demás, poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos, que habrán de desempeñar con una finalidad espiritual” (LG 33c).

Y luego, en AA encontramos:
“La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia” (6.a).
“Los laicos tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su acción dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir plenamente su efecto” (10.a).

Durante la Plenaria de 1981 en la Comisión se pidió que se hiciera mención en este punto de los candidatos al sacerdocio que ya fueran lectores. La respuesta de la Secretaría fue que no era necesario, ya que seguían siendo laicos.

Se ha de tener en cuenta, a propósito del c. 229 § 3 citado, que, en relación con los laicos que tengan la idoneidad requerida pueden recibir el mandato para enseñar las ciencias sagradas. Pero, como se verá oportunamente (c. 812), este “mandato” no tiene un sentido unívoco cuando se trata de laicos y de clérigos.



NdE

El S. P. Francisco, con profundo dolor, ha requerido en la exhortación EG la participación de los fieles laicos, ¡y de los mismos presbíteros!, en las tareas de la Evangelización. Las razones para ello las expone al señalar que

"81. Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante."

Y más adelante advirtió:
"102. Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe. Pero la toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación no se manifiesta de la misma manera en todas partes. En algunos casos porque no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones. Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante."

Evangelizar también significa, manifiesta el Santo Padre Francisco, vivir la "projimidad", el encuentro y, sobre todo, el acompañamiento del otro. Y en ello, los laicos pueden hacer un aporte privilegiado, como lo indicó en la EG:
"169. En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana."

Y agregó:
"201. Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio[171], nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos»[172]. Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta."


    III.            Contenido


C. 760

En el ministerio de la divina palabra se ha de tener en cuenta:


1.      En cuanto a su objeto:


El misterio de Jesucristo, que nunca se ha de perder de vista.

No puede ser otro, para la Iglesia, de acuerdo con el testimonio de san Pablo:
Col 4, 3: “Rueguen también por nosotros, a fin de que Dios nos allane el camino para anunciar el misterio de Cristo, por el cual estoy preso.”

Ef 6, 19: “(E intercedan en su oración) también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio.”

O, también: Jesucristo, su persona, su vida, su Evangelio, su salvación:
2 Co 4, 5: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús.”

Ga 1,6-8: " Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado! Ya se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado!"


Apostilla

El S. P. Francisco, en su catequesis sobre la carta a los Gálatas, del 4 de agosto de 2021, volvió sobre este texto y puntualizó que "el Evangelio es uno solo" y es este el que debe ser anunciado por la comunidad cristiana. Previniéndonos hoy del peligro de "tomar caminos equivocados, que pueden llevarnos a puntos de no-retorno", enunció también los cuatro verbos con los cuales san Pablo expresaba el contenido del Evangelio, cuyo anuncio es llamado también el kerygma (cf. 1 Cor 15,3-5). Véase en:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2021/8/4/udienzagenerale.html




Los diversos textos del Vaticano II, y luego, entre otros del Papa san Pablo VI, la EN se hicieron eco incesante de ello:

En el decreto sobre la actividad misional de la Iglesia AG 13.a y 12e leemos:
“Dondequiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de Cristo a todos los hombres, confiada y constantemente hay que anunciar al Dios vivo y a Jesucristo enviado por El para salvar a todos, a fin de que los no cristianos abriéndoles el corazón el Espíritu Santo, creyendo se conviertan libremente al Señor y se unan a Él con sinceridad, quien por ser "camino, verdad y vida" satisface todas sus exigencias espirituales, más aún, las colma hasta el infinito.”
“Los discípulos de Cristo, unidos íntimamente en su vida y en su trabajo con los hombres, esperan poder ofrecerles el verdadero testimonio de Cristo, y trabajar por su salvación, incluso donde no pueden anunciar a Cristo plenamente. Porque no buscan el progreso y la prosperidad meramente material de los hombres, sino que promueven su dignidad y unión fraterna, enseñando las verdades religiosas y morales, que Cristo esclareció con su luz, y con ello preparan gradualmente un acceso más amplio hacia Dios. Con esto se ayuda a los hombres en la consecución de la salvación por el amor a Dios y al prójimo y empieza a esclarecerse el misterio de Cristo, en quien apareció el hombre nuevo, creado según Dios (Cf. Ef. 4,24), y en quien se revela el amor divino.”

Luego, en el decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros PO 14b encontramos:
“En realidad, Cristo, para cumplir indefectiblemente la misma voluntad del Padre en el mundo por medio de la Iglesia, obra por sus ministros, y por ello continúa siendo siempre principio y fuente de la unidad de su vida. Por consiguiente, los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño que se les ha confiado[113]. De esta forma, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral[114] fluye sobre todo del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Esto no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran cada vez más íntimamente, por la oración, en el misterio de Cristo.”

De igual manera, en la constitución sobre la sagrada liturgia SC 35,2 se dice:
“Por ser el sermón parte de la acción litúrgica, se indicará también en las rúbricas el lugar más apto, en cuanto lo permite la naturaleza del rito; cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia.”

Y en el decreto sobre la formación sacerdotal OT 14.a y 16d se establece que el conjunto de las disciplinas filosóficas y teológicas se articulen de tal modo que se ayude efectivamente a los alumnos a abrir sus inteligencias al misterio de Cristo:

“En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal.”
“Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad. De igual manera, en la exposición del derecho canónico y en la enseñanza de la historia eclesiástica, atiéndase al misterio de la Iglesia, según la Constitución dogmática De Ecclesia, promulgada por este Sagrado Concilio. La sagrada Liturgia, que ha de considerarse como la fuente primera y necesaria del espíritu verdaderamente cristiano, enséñese según el espíritu de los artículos 15 y 16 de la Constitución sobre la sagrada liturgia.”

Por su parte, la exhortación apostólica EN 22 enfatiza:
“Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar "razón de vuestra esperanza"[52]—, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.
La historia de la Iglesia, a partir del discurso de Pedro en la mañana de Pentecostés, se entremezcla y se confunde con la historia de este anuncio. En cada nueva etapa de la historia humana, la Iglesia, impulsada continuamente por el deseo de evangelizar, no tiene más que una preocupación: ¿a quién enviar para anunciar este misterio? ¿Cómo lograr que resuene y llegue a todos aquellos que lo deben escuchar? Este anuncio —kerygma, predicación o catequesis— adquiere un puesto tan importante en la evangelización que con frecuencia es en realidad sinónimo. Sin embargo, no pasa de ser un aspecto.”

2.      Exponerlo de manera íntegra y fiel:


Respecto al modo de manifestar el contenido no hay referencia inmediata en el Concilio sino, ante circunstancias peculiares que lo hicieron necesario (al menos se alude a tres de ellas, de entre las que la “inculturación” merece ser destacada), en documentos posteriores, como en las exhortaciones apostólicas EN[14] y CT y en los Directorios Catequísticos Generales[15].

En EN 32; 63 y 65 se lee:
“No hay por qué ocultar, en efecto, que muchos cristianos generosos, sensibles a las cuestiones dramáticas que lleva consigo el problema de la liberación, al querer comprometer a la Iglesia en el esfuerzo de liberación han sentido con frecuencia la tentación de reducir su misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de reducir sus objetivos, a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad —olvidando toda preocupación espiritual y religiosa— a iniciativas de orden político o social. Si esto fuera así, la Iglesia perdería su significación más profunda. Su mensaje de liberación no tendría ninguna originalidad y se prestaría a ser acaparado y manipulado por los sistemas ideológicos y los partidos políticos. No tendría autoridad para anunciar, de parte de Dios, la liberación. Por eso quisimos subrayar en la misma alocución de la apertura del Sínodo "la necesidad de reafirmar claramente la finalidad específicamente religiosa de la evangelización. Esta última perdería su razón de ser si se desviara del eje religioso que la dirige: ante todo el reino de Dios, en su sentido plenamente teológico"[Pablo VI, Discurso en la apertura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 septiembre 1974): AAS 66 (1974), p. 562]”.
“Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas, no sólo con las personas, sino también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo que distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después de anunciarlo en ese mismo lenguaje.
Dicho trasvase hay que hacerlo con el discernimiento, la seriedad, el respeto y la competencia que exige la materia, en el campo de las expresiones litúrgicas[92], de las catequesis, de la formulación teológica, de las estructuras eclesiales secundarias, de los ministerios. El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural.
El problema es sin duda delicado. La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su "lengua", sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a su vida concreta. Pero, por otra parte, la evangelización corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse, si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad. Ahora bien, solamente una Iglesia que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es de hecho universal puede tener un mensaje capaz de ser entendido por encima de los límites regionales, en el mundo entero.
Una legítima atención a las Iglesias particulares no puede menos de enriquecer a la Iglesia. Es indispensable y urgente. Responde a las aspiraciones más profundas de los pueblos y de las comunidades humanas de hallar cada vez más su propia fisonomía.”
“Precisamente en este sentido quisimos pronunciar, en la clausura del Sínodo, una palabra clara y llena de paterno afecto, insistiendo sobre la función del Sucesor de Pedro como principio visible, viviente y dinámico de la unidad entre las Iglesias y, consiguientemente, de la universalidad de la única Iglesia[93]. Insistíamos también sobre la grave responsabilidad que nos incumbe, que compartimos con nuestros hermanos en el Episcopado, de guardar inalterable el contenido de la fe católica que el Señor confió a los Apóstoles: traducido en todos los lenguajes, revestido de símbolos propios en cada pueblo, explicitado por expresiones teológicas que tienen en cuenta medios culturales, sociales y también raciales diversos, debe seguir siendo el contenido de la fe católica tal cual el Magisterio eclesial lo ha recibido y lo transmite.”

Por su parte, después del V Sínodo de los Obispos (1977) sobre “La catequesis en nuestro tiempo, con especial atención a los niños y a los jóvenes”, el Papa san Juan Pablo II hizo pública la exhortación apostólica Catechesi Tradendae[16] (1979). En el n. 30, el Papa, puntualizando su enseñanza a partir de los textos neotestamentarios, afirmó:
“30. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros días, tres puntos importantes. El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación de su fe [cf. Flp 2,17] sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra de la fe» [Rom 10,8] no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial. No es ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad caracterice el mandato final de Jesús en el evangelio de Mateo: «Me ha sido dado todo poder... Haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo... yo estoy siempre con vosotros». Por eso, cuando un hombre, presintiendo «la superioridad del conocimiento de Cristo Jesús» [Flp 3,8], descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún inconsciente, de conocerle más y mejor, mediante «una predicación y enseñanza conforme a la verdad que hay en Jesús» [Ef 4,20 s], ningún pretexto es válido para negarle parte alguna de ese conocimiento. ¿Qué catequesis sería aquella en la que no hubiera lugar para la creación del hombre y su pecado, para el plan redentor de nuestro Dios y su larga y amorosa preparación y realización, para la Encarnación del Hijo de Dios, para María —la Inmaculada, la Madre de Dios, siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial— y su función en el misterio de la salvación, para el misterio de la iniquidad operante en nuestras vidas [cf. 2 Tes 2,7] y la virtud de Dios que nos libera, para la necesidad de la penitencia y de la ascesis, para los gestos sacramentales y litúrgicos, para la realidad de la presencia eucarística, para la participación en la vida divina aquí en la tierra y en el más allá, etc.? Asimismo, a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo otro.”

El c. pide, pues, que todos los misterios de la fe sean anunciados de forma integral y leal por cuanto todos ellos están interrelacionados: así a alguien le pudiera parecer de menor importancia un contenido del depósito de la fe, o juzgarlo inapropiado o desactualizado para nuestro tiempo o en alguna circunstancia, no se lo puede ocultar.


3.      Las fuentes del conocimiento del misterio de Cristo y de su anuncio


El c. alude a los fundamentos eclesiales del ministerio de la predicación, a saber: la Sagrada Escritura, la Tradición viva, la Liturgia, el Magisterio, personas y acontecimientos de la vida e historia de la Iglesia (como la doctrina de los doctores, la hagiografía, los martirologios), y las “semillas del Verbo”. Los textos del Concilio lo reiteraron en diferentes pasajes, he aquí algunos de ellos:

En SC 35, 2° los Padres conciliares señalaron sobre la predicación en general y sobre la homilía en particular:
“Por ser el sermón parte de la acción litúrgica, se indicará también en las rúbricas el lugar más apto, en cuanto lo permite la naturaleza del rito; cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia.”

En DV 24 afirmaron sobre la investigación y la enseñanza de la teología, y reiteraron sobre la predicación:
“La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.”

La buena formación de los ministros de la Iglesia fue objeto de dos momentos al respecto: primeramente, cuando se refirieron a quienes serán enviados a territorios de primera evangelización – una palabra que igual se exigiría hoy a los de “nueva evangelización” -(AG 26.a):
“Los que hayan de ser enviados a los diversos pueblos como buenos ministros de Jesucristo, estén nutridos "con las palabras de la fe y de la buena doctrina", que tomarán ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el Misterio de Cristo, cuyos heraldos y testigos han de ser.”

Y, en segundo lugar, a quienes se formarán como catequistas (CD 14.a):
“Vigilen atentamente que se dé con todo cuidado a los niños, adolescentes, jóvenes e incluso a los adultos la instrucción catequética, que tiende a que la fe, ilustrada por la doctrina, se haga viva, explícita y activa en los hombres y que se enseñe con el orden debido y método conveniente, no sólo con respecto a la materia que se explica, sino también a la índole, facultades, edad y condiciones de vida de los oyentes, y que esta instrucción se fundamente en la Sagrada Escritura, Tradición, Liturgia, Magisterio y vida de la Iglesia.”

El Papa san Juan Pablo II, por su parte, insistió en los anteriores argumentos al referirse, nuevamente, a la catequesis (CT 27):
“La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que «la Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia», como ha recordado el Concilio Vaticano II al desear que «el ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana... reciba de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella dé frutos de santidad»[57].
Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la catequesis es subrayar que ésta ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de un contacto asiduo con los textos mismos; es también recordar que la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria de la Iglesia.
La enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen a ella, bajo la dirección de los Pastores y concretamente del Magisterio doctrinal que el Señor les ha confiado.”

Finalmente, en el mencionado Directorio General para la Catequesis se resumen las anteriores indicaciones de la siguiente manera:
“La fuente y « las fuentes » del mensaje de la catequesis (303)
95. La Palabra de Dios contenida en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura:
– es meditada y comprendida cada vez más profundamente por el sentido de la fe de todo el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, que la enseña con autoridad;
– se celebra en la liturgia, donde constantemente es proclamada, escuchada, interiorizada y comentada;
– resplandece en la vida de la Iglesia, en su historia bimilenaria, sobre todo en el testimonio de los cristianos, particularmente de los santos;
– es profundizada en la investigación teológica, que ayuda a los creyentes a avanzar en la inteligencia vital de los misterios de la fe;
– se manifiesta en los genuinos valores religiosos y morales que, como semillas de la Palabra, están esparcidos en la sociedad humana y en las diversas culturas.[17]”



    IV.            Medios a emplear


C. 761

En principio, todos los medios son útiles para el ejercicio del ministerio de la palabra, pero el c. especifica entre ellos la predicación, la catequesis, la enseñanza en las escuelas, las conferencias y reuniones, y también los medios de comunicación social.[ii]

En los Esquemas de 1975 y de 1977 se mencionaba ya esta idea, tomada, a su vez, de las indicaciones conciliares (CD 13c[18] y especialmente IM 13-14[19]).

Dada la indicación del c., merece que nos detengamos en la expresión que concerniente a la predicación y a la catequesis.

A primera vista, pareciera a algunos que fuera la manera de introducir los dos capítulos siguientes del Título I. Pero no es ello lo más importante. “Imprimis”, afirma el texto, se dice por una razón práctica, pues se trata de dos de los medios más populares, menos costosos y fáciles. Pero, no debe olvidarse que ellos no llegan a todos; si bien son los más públicos no siempre son los más atendidos. Se desconocen estadísticas rigurosas sobre a cuántos fieles cristianos les lleguen la predicación y la catequesis, sin duda muchos menos que aquellos que participan en las celebraciones de la Misa. La razón, así planteada, tampoco parece ser suficiente.

La razón del imprimis es ante todo teológica: son ellas los medios más coherentes con el mandato de Cristo a los Doce Apóstoles, el medio más original. Son coherentes con la práctica misma apostólica, ya que los Apóstoles más bien predicaron que escribieron, ya que la escritura ni era el medio más popular ni el más práctico en su momento, pues muchos no sabían leer. Son los medios más coherentes con la naturaleza de la Iglesia que convoca por medio de la palabra a sus fieles, al tiempo que toda ella es convocada por la palabra para escucharla. También una y otra son el medio más coherente con la naturaleza de la comunicación de la palabra, y Cristo es el Verbo por el que el Padre habla.

El Papa san Pablo VI había dicho en la (Encíclica "Ecclesiam suam") que la forma primaria del apostolado es el ministerio de la palabra (cf. n. 41; también los nn. 7; 8). Y las palabras de san Pablo en la carta a los Romanos: “fides ex auditu”, fueron reiteradas por él mismo en EN 42[20] – respondiendo a las objeciones de si en nuestro tiempo, en el que los hombres están saturados de palabras y fastidiados por ellas de tal modo que no las oyen, y de que ellas están siendo superadas por la cultura de la imagen – cuando afirmó que “la palabra permanece eficaz principalmente porque lleva la virtud de Dios”.

Se trata, pues, de razones teológicas, ante todo.

No se puede ocultar, sin embargo, que los medios de comunicación establecen aún hoy cierta distancia entre quien habla por medio de ellos y quienes lo escuchan: se mantiene cierto anonimato entre ellos.



NdE



El S. P. Francisco ha querido reiterar la importancia que en la Iglesia tienen los santuarios en todas partes del mundo, especialmente por su carácter simbólico. Los peregrinos que concurren allí sobre todo para orar son considerados, a pesar del ambiente secularizado de hoy, lugares sagrados en los que se celebran los sacramentos, en particular la Eucaristía y la Penitencia, pero también son ellos expresión de la caridad. Por ello tienen una relación tan estrecha con la evangelización. En tal virtud, y porque forman parte de la "pedagogía de la evangelización", consideró el Papa que también habían de ser tenidos en cuenta para la "nueva evangelización", motivo por el cual todo cuanto haga referencia a los santuarios (cf. cc. 1232-1233 y de cuanto había dispuesto la const. ap. Pastor Bonus en los art. 97 y 151) dejará de estar bajo la competencia de la Congregación para el Clero, para ser transferidas al Dicasterio Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización". Véase el texto del m. p. Sanctuarium in Ecclesia, del 11 de febrero de 2017, en:
http://w2.vatican.va/content/francesco/it/apost_letters/documents/papa-francesco-lettera-ap_20170211_sanctuarium-in-ecclesia.html



Escolio


Es muy importante advertir la omisión del c. 1328*[21] del CIC17 en el CIC actualmente vigente. El c. exigía, para ejercer el ministerio de la predicación, que la persona recibiera “la misión” (canónica) del superior legítimo, otorgada, fuera mediante una “facultad especialmente dada” – un acto jurídico particular –, fuera mediante la colación del oficio que la llevara consigo. En las fuentes del c.[22] se mencionaban textos que indicaban que la predicación es un oficio eclesiástico, y que éste requería la necesidad de la misión. Entre ellos, uno del Papa Inocencio III, quien, en 1199, en una carta al Obispo de Metz[23], decía que nadie debe usurpar el oficio de predicar.

En el proyecto de LEF de 1975 se decía que la misión era necesaria para ejercer un ministerio en nombre de la Iglesia, pero en la discusión del mismo no todos los consultores estuvieron de acuerdo con ello[24]. Para la discusión del Esquema de 1977 se hacía notar que se necesitaba la misión para todo lo que abarcara el ejercicio del ministerio de la palabra[25]. En el Esquema de 1980 ya no apareció referencia alguna, sin dar ninguna razón: ¡quizás por la confusión acerca de lo que significa la misión canónica!



Continúa el Curso en: http://teologocanonista2016.blogspot.com/2019/04/l_29.html








Apéndice

Algunas anotaciones acerca del "ministerio de la palabra de Dios", de la predicación dentro y fuera de "iglesias, capillas y oratorios", y de la homilía


NdE

Teniendo presente la norma del c. 761, bien podemos decir que el “ministerio de la palabra de Dios” al que se refiere este Título I del Libro III, se ha de entender como un concepto de máxima comprehensión, esto es, el más amplio y general, por cuanto abarca todos los géneros del mismo y todas las modalidades por medio de las cuales se expresa, no siempre perfectamente distintos en su sucesión; y, considera, entre otros, a los destinatarios, personajes fundamentales en la evangelización, y a sus circunstancias (cf. https://teologocanonista.blogspot.com/2009/07/estudios-sobre-el-fenomeno-religioso.html):


1º) Nos referimos, en primer lugar, a esa actividad de la que tratan los cc. introductorios y el Título II de este Libro III del CIC sobre “la acción misional de la Iglesia”, al que anticipamos las presentes anotaciones. 

a) Consideremos una gama amplia de expresiones de un “ministerio informal” que coincide, a mi juicio, con el concepto de “pre-evangelización” en el sentido de que se trata de un anuncio “implícito” del Evangelio por parte de un fiel cristiano o de un pequeño grupo de cristianos (“emisor”) cuando múltiples y diversas razones no les permiten o difícilmente les permiten una actividad propiamente “evangelizadora”. En tales casos se trata de la “confesión” incluso secreta o primordialmente privada de la fe de un "misionero" que se manifiesta gracias a su presencia y a su testimonio silencioso, eventualmente aislado. (Recordamos con afecto, a este propósito, la figura del militar, geógrafo, lexicógrafo, trapense, sacerdote y mártir francés Carlos de Foucauld). Esta simple presencia pero valerosa puede exigirse en el muy diverso tejido social del presente, p. ej.:

o   si hablamos por parte de los receptores y de los emisores juntamente, cuando no se dan las condiciones para un encuentro interpersonal sino “masivo” entre ellos: se puede caracterizar la situación como la relación con un conjunto amplia y difusamente “social”, como ocurre cuando se emplean los medios de comunicación social y las redes sociales sin fijar la atención y distinguir entre las personas a quienes llegan (sus mensajes);

o   pero, si miramos en particular a los receptores (mentalidad, ideología, etc.), fenómeno actual y muy característico de Occidente, cuando alguno se encuentra entre grupos mayoritarios o minoritarios de personas que viven en un medio, o han asumido una manera de ver las cosas que, desde el punto de vista religioso y de la fe cristiana (véase el elenco de GS 19-21), prácticamente es no creyente, o es ateo, o es agnóstico, o escéptico, o se ha secularizado total o parcialmente, o no es religioso, en el cual se desacredita, pero, muy probablemente, no se persigue la religión (indiferentismo);

o   de manera semejante, si consideramos el hecho político (sus estructuras sociales y políticas), en diversos casos tales grupos se encuentran, además, en medio de conformaciones estructurales nacionales y estatales monárquicas puras, parlamentarias, o mezcla de unas y otras, y en las que se presume o se manifiesta realmente mayor o menor grado de “democracia”, pero en las que, sin embargo, el contexto “oficial” es adverso a todo lo que pudiera favorecer o simpatizar con una religión, y/o ninguna religión es permitida y/o se las persigue (persecución religiosa) o se aceptan sólo aquellas que dirige el Estado y/o el partido oficial;

o   también pueden ocurrir, desde un punto de vista sociológico, que se trate de personas o de grupos más o menos amplios de personas que conforman una totalidad pero con mínimas relaciones primarias, íntimas o cercanas entre ellas, o con diversas problemáticas muy graves entre ellas, mientras seguramente sí efectúan relaciones secundarias, es decir, por razón de necesidades compartidas, de servicios que se pueden prestar entre sí, y lo religioso es sólo otro más de los servicios (instrumental) que se prestan (por parte del Estado);

pero también puede ocurrir (y ello simultáneamente o no con las situaciones anteriores):

o   si miramos desde un punto de vista antropológico e histórico, en pueblos africanos y asiáticos, v. gr., algunos desde la antigüedad hasta el presente, y en europeos de la antigüedad, con sus culturas “de los antiguos imperios” caracterizadas por rasgos bastante bien definidos y estudiados desde el punto de vista de la religión (o de su espiritualidad): sus mitologías y antropomorfismo, ausencia de libros sagrados y de dogmas revelados, primordialmente doméstica o local, culto a los muertos, al fuego, ritos de fertilidad, fiestas cívicas, sus “misterios” (Egipcios; Fenicios; Hinduismo; Brahmanismo; Budismo; Mesopotámicos, Persas, Griegos y Romanos; Celtas...);

o   igualmente, en culturas aborígenes americanas y del Asia-Pacífico, en forma similar a las anteriores, en las que se mezclan la religión, la magia y la “ciencia” en sus estadios iniciales, su creencia en uno o varios seres superiores, poderosos, invisibles, lejanos y de fuerzas o poderes secundarios que se manifiestan mediante personas u objetos inanimados, con ritos de iniciación y culto, sobre todo familiar, consistente en ofrendas, sacrificios y comidas sagradas. Comprenden numerosos grupos y subgrupos. Para referirnos a algunos precolombinos, lo que hoy existe o queda de pueblos (y fases de desarrollo, auge, declinación, resurgimiento) como:

o   los Olmecas, Teotihuacanes, Zapotecas, Mixtecas, Mayas, Aztecas, Incas, Sioux, Esquimales, Caribes, Taínos, Araucanos, Tupís, Guaraníes, etc.;

o   los Polinesios en sus muchas familias: Hawaianas, Maoríes, Rapanuíes, con sus subdivisiones;

o   si damos crédito a los antropólogos y lingüistas, los pueblos caracterizados como Cultura Chibcha o Muisca pueden considerarse un conjunto dialectalmente derivado de un tronco común o grupo lingüístico, asentado especialmente en la región cundinamarquesa:

§  Arahucacos, Cunas, Tunebos, y, en forma extendida, se encontraban distribuidos más o menos así: hasta la costa atlántica, los Koguis;

§  Lilíes, en el Valle del Cauca, y en sus alrededores, Quimbayas, Pijaos, Carrapas, Picaras, Paucuras, Pances, y, muy especialmente, los Calimas, en la vertiente pacífica, los Totoró, los Eperara Siapidara, los Inga, los Pubense, los Yanaconas, los Guambianos (Misak: Calambás y Coconucos: su lengua se la considera de la familia “barbacoana”) y los Nasa, Paeces o Guanacas ubicados en la zona de Inzá, San Andrés de Pisimbalá o Tierradentro (en el Cauca);

§  Pastos y Quillacingas, al sur;

§  Taironas y Arawak, al norte;

§  Buruticá, Peras y Yutango, en Antioquia, y en el valle del Río Sinú, los de su propio normbre (o Zenúes);

§  en las regiones de la vertiente del Río Magdalena, Panches con sus grupos menores: Tocaimas, Anapuimas, Suitamas, Lachimíes, Síquimas y Chapaimas; Andaquíes, Timanáes, Yalcones, y, sobre todo, los ubicados en San Agustín (Huila), denominados por los antropólogos simplemente como “cultura agustiniana”;

§  en la región oriental, Tunebos y Guanes;

§  y en la región occidental, limítrofe con Panamá, Cunas y Emberas;

§  finalmente, dudan los expertos en relación con el origen más antiguo de los Paeces, cuya relación con los Chibchas, al parecer, es lejana, si la hay, pues quizás predominaron en su origen influencias amazónicas, para unos, quechuas, para otros, o centroamericanas, para otros.

  • Existen, del mismo modo, expresiones de este “ministerio informal”, pero probablemente no tan tácito, cuando cristianos, minoritarios en esas regiones, entran en contacto con fieles pertenecientes a otras religiones monoteístas:

o   Con Judíos;

o   Con el Islam;

§  en algunos casos, esta religión es absorbida por el Estado y ello se refleja en su ordenamiento (se identifica prácticamente con su Libro sagrado), y no se permiten otras expresiones religiosas;

§  en otros, se mantiene la religión independiente del Estado, pero, a causa del predominio de algún o de algunos grupos religiosos (asumen características de partidos, inclusive), la política del Estado se concierta con ellos;

§  en otros casos, a una de estas religiones pertenece la mayor parte de sus ciudadanos, pero no se llega a la identificación con el Estado: ella es la religión oficial del Estado, y aunque no se prohíben otras expresiones religiosas, apenas se las tolera.

b) Existe, en segundo lugar, un “ministerio formal” de la “evangelización”, que se da o puede darse en diversos casos, v. gr.:

o   cuando a una religión pertenece la mayor parte de sus ciudadanos, y existe (plena) separación entre la religión y el Estado, se permiten y respetan todas las religiones y todas las expresiones de culto por parte de esas religiones, la evangelización explícita no suele encontrar mayores tropiezos o dificultades;

o   en otros casos, aunque a una religión pertenece la mayor parte de sus ciudadanos, y se afirma en su constitución que la separación o autonomía entre la religión y el Estado son un hecho, con todo se establecen pactos entre las Iglesia y Estado, así como entre diversas comunidades religiosas y el Estado, que autoriza a las religiones a su funcionamiento autónomo y a sus cultos, mientras no se perturbe el orden público; entonces la evangelización explícita no encuentra mayores tropiezos ni dificultades;

o   en otros casos, aun siendo minoritarios o grupos pequeños dentro del Estado o dentro de alguna de sus comunidades menores, gozan los cristianos de facilidad y de respeto para expresarse, para hacer presencia pública y activa en la sociedad, y realizar sus actos de culto y la evangelización explícita tampoco encuentra mayores tropiezos o dificultades.


  • A todos estos factores se deben sumar y denunciar otros que, de hecho, en muchísimos casos hoy en día, pueden afectar lamentablemente, el "ministerio de la palabra de Dios" en su forma abierta y testimonial: 
    • en primer término, las expresiones diversas (domésticas, locales, regionales, nacionales, continentales) de explotación, de manipulación, de violencia armada o no y de otros "delitos de alto impacto", que son atentados contra la vida, la dignidad, la libertad, contra el buen nombre, la presunción de inocencia y la propiedad de las personas, que se producen en todas las latitudes de manera permanente, creciente y con mayores rasgos de sevicia y de maldad, que a diario nos transmiten hasta el cansancio los medios de comunicación y que llevan a muchos a tener que "desplazarse" y migrar;
    • y, no menos graves, las condiciones mantenidas de pobreza y de miseria "multidimensional" que padecen amplios sectores de la población mundial y se manifiestan en carencias económicas y socioeconómicas tales como la falta de un empleo digno y formal, la inseguridad alimentaria y el hambre, el analfabetismo, las enfermedades endémicas y prevenibles, las dificultades máximas para acceder a servicios de salud y de prevención, al agua potable, a una vivienda digna, a servicios públicos domiciliarios, a educación inclusive primaria, etc. 
    • No por último, menos importante, correspondió al suscrito ser testigo de un hecho de proselitismo, a mi juicio perverso: encontrándonos en una "peregrinatio pro Christo" (actividad apostólica de la Legión de María) en la Parroquia de San Miguel Arcángel (Buenos Aires, Cauca: 1976: https://www.google.com/maps/place/Honduras,+Buenos+Aires,+Cauca/@2.9892523,-76.6803969,16z/data=!4m15!1m8!3m7!1s0x8e308800842acf8d:0x6de4215411a19376!2sBuenos+Aires,+Cauca!3b1!8m2!3d3.016105!4d-76.6425018!16s%2Fm%2F02qmwk2!3m5!1s0x8e3062ee2025b8ed:0x65d52d44b8622add!8m2!3d2.99086!4d-76.6752999!16s%2Fg%2F1hhwcw1k3?entry=ttu) fui enviado a la vereda Honduras. Me sorprendió escuchar en la mañana unos altavoces al máximo volumen que invitaban a la población a recibir unos regalos que les traían las personas que perifoneaban. En la reunión de la noche pregunté a los asistentes de qué se trataba, y me contaron que eran "misioneros" de algún otro grupo religioso que los invitaban, sobre todo a las mamás con sus niños, a formar parte de él. Al preguntarles por qué iban por la mañana allá y por la noche estaban con nosotros, si nosotros no les traíamos más regalos que la palabra de Dios y la presencia de la Iglesia (cf. He 3,4-6), nos contestaron que, dadas sus necesidades, ellos se sentían obligados prácticamente a recibírselos, pero que ellos estaban felices y convencidos de lo que estaban haciendo con nosotros...   

Todo ello afecta, sin duda, a la proclamación del Evangelio, y lleva a que muchos, especialmente jóvenes, o no quieran saber nada acerca de él, o a que lo acepten sin ilusión y, por lo mismo, no consideren que anunciarlo, a su vez, forma parte de la misión y de la responsabilidad que tenemos frente al mundo y en la Iglesia, o se colocan nuevas trabas para que la proclamación pueda realizarse.

·        No podemos terminar este cuadro sin mencionar a los denominados “cristianos anónimos”, expresión empleada por el teólogo Karl Rahner SJ (1904-1984) “para designar a aquellos que viven en la gracia de Cristo, aun cuando (sin culpa por su parte) no saben de Cristo como salvador, no están bautizados y no pertenecen a la comunidad cristiana”. En ellos existen "semillas de la Palabra" (san Justino) y se les puede aplicar también aquello de que "todo lo que es verdad, sea quien sea quien lo haya dicho, tiene su origen en el Espíritu" (santo Tomás de Aquino). A ellos la Sagrada Escritura distingue como personas que “aman la verdad” y “practican la justicia, no importa de la nación que sean, son gratos a los ojos de Dios” (cf. He 10,34-35).

Como se ve, la variedad de situaciones es sumamente amplia, y, salvo aquellas condiciones que son totalmente contradictorias, coexisten en muchos casos varias de las características señaladas (intensidades, tonalidades diferentes).

Dos últimas reflexiones a este propósito. Primera: como recordaba el catequeta salesiano Emilio Alberich Sotomayor:

"El dinamismo evangelizador de los cristianos de hoy, de la Iglesia actual, debe tener en cuenta con realismo la situación en que se encuentra y respetar las nuevas coordenadas culturales. Esto exige, concretamente, un nuevo talante y nuevas actitudes, abandonando las posturas tradicionales heredadas del período de cristiandad. Nuestro anuncio evangelizador se deberá realizar «desde la debilidad institucional», sin sentimientos de revancha, o espíritu de cruzada, o resentimiento y nostalgia del pasado. Tendrá que apoyarse en una actitud de sincero amor y simpatía hacia el mundo de hoy, evitando demonizaciones y fáciles condenas, sabiendo que este mundo es amado de Dios" (en: "Anunciar el Evangelio hoy: exigencias y retos", 1 de diciembre de 2007, consulta del 4 de julio de 2023, en: https://pastoraljuvenil.es/misionjoven/anunciar-el-evangelio-hoy-exigencias-y-retos/).
Segunda: la necesidad de una "nueva evangelización" de los cristianos, ante todo, pero no sólo de ellos, que responda a la inquietud y propósito que ya señalaba el Papa san Juan Pablo II: "nueva en métodos, nueva en expresiones, nueva en ardor", y, sobre todo, como indicaba a su vez el Papa Benedicto XVI, 
"en los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una secularización progresiva de la sociedad y una especie de “eclipse de Dios”, que constituyen un reto para encontrar los medios adecuados con la finalidad de volver a proponer la verdad perenne del evangelio de Cristo”.

A lo cual agrega el S. P. Francisco:

"Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora."
Véanse, al respecto, las catequesis del Papa en relación con la "pasión por la evangelización", a partir del 11 de enero de 2023, en:
https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2023/documents/20230111-udienza-generale.html

2º) El segundo sector del "ministerio de la palabra" es el de la "predicación", considerada de manera específica. Refirámonos ante todo a la índole literaria y teológica de la “predicación de la palabra de Dios” (Título I, Capítulo II del Libro III). Y, para el caso, es necesario distinguir entre la predicación “fuera de las iglesias, capillas y oratorios” y aquella que se realiza “en” estas y estos: las normas canónicas se refieren expresamente a la segunda, como hemos expuesto en el Curso.

Comencemos por algunas generalidades que cobijan a unas y otras. Los estudios literarios en general han denominado “oratoria sagrada” a toda clase de “predicación”. Incluyen en esta la “homilía” o “sermón”, que se efectúa dentro de una celebración litúrgica, a la que dedicamos algunos párrafos e instrucciones en el texto del Curso; el “panegírico”, que se orienta a la exaltación de los santos; y la “oración fúnebre”, para destacar a personas que ofrecieron un aporte significativo a la humanidad. Acerca de estas últimas dos, las normas canónicas nada dicen expresamente, pero tampoco se puede considerar que, por ello, ellas siempre se hacen por "fuera" de los templos ("iglesias, capillas, oratorios"): por el contrario, se les pueden atribuir y exigir algunas de las condiciones de la homilía en la medida que ellas formen parte de una celebración litúrgica.

De entre las formas de predicación de la palabra de Dios, sobre todo en nuestros tiempos, se mencionan también las “conferencias” y las “reuniones” "en" los templos. Por las primeras se comprenden aquellas exposiciones orales que se hacen sobre un tema determinado generalmente en forma muy pedagógica y ante un público no necesariamente especializado. Por las segundas, “coadunationibus omnis generis”, se ha de comenzar mencionando los “retiros espirituales” de uno o más días, pero, según el c. 335, también, en las “congregaciones generales y particulares”, las “meditaciones”, p. ej. nn. 13d, 52 y 54 y las “exhortaciones”, n. 74 que se han de efectuar durante la sede vacante y durante el proceso de elección del romano pontífice (cf. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_22021996_universi-dominici-gregis.html); etc.

En cuanto a la finalidad de la predicación del Evangelio, y con mayor razón dicho esto para la homilía, quizás ha sido san Agustín el que primero y mejor ha descrito – en su brevedad – no sólo su contenido sino también la manera como se ha de efectuar: 

Verbis enim contendere, est non curare quomodo error veritate vincatur, sed quomodo tua dictio dictioni praeferatur alterius. Porro qui non verbis contendit, sive submisse, sive temperate, sive granditer dicat, id agit verbis ut veritas pateat, veritas placeat, veritas moveat; quoniam nec ipsa, quae praecepti finis et plenitudo Legis est charitas (1 Tim 1,5; Rm 13,10), ullo modo recta esse potest, si ea quae diliguntur, non vera, sed falsa sunt”: “Porque luchar con las palabras no es preocuparse por cómo el error puede ser vencido por la verdad, sino por cómo tu discurso puede ser preferido al discurso de otro. Además, quien no contiende con palabras, ya sea que hable con sumisión, con moderación o con grandiosidad, lo hace con palabras para que la verdad se haga patente, la verdad agrade, la verdad mueva; porque ni aun la caridad, que es fin del precepto y plenitud de la Ley (1 Tm 1,5; Rm 13,10), puede ser justa en modo alguno, si las cosas que se aman no son verdaderas, sino falsas”: De doctrina christiana, libro IV, cap. 28, n. 61, en PL 34, 119, en: https://books.google.com.co/books?id=dXPYAAAAMAAJ&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

 

3º) En relación con la historia, debemos a autores de la primera antigüedad cristiana “homilías” de importancia substancial en el orden de la fe y de la doctrina de las costumbres. No era común, por entonces, que los presbíteros o los diáconos las hicieran, reservadas como estaban prácticamente a los Obispos. De entre estos descuellan san Ambrosio y san Agustín en Occidente, y san Juan Crisóstomo, en Oriente.

En períodos posteriores la regla se amplió y entonces sobresalieron san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, san Buenaventura, san Bernardo de Claraval, san Vicente Ferrer. Con todo, se debe llamar la atención, ya por esa época, la actividad renovadora (de la reforma gregoriana) emprendida por medio de “predicaciones” – no homilías – por parte de la abadesa santa Hildegarda de Bingen (1098-1179).

Para la época de la Reforma y posterior se deben mencionar en el lado católico, fray Luis de Granada, san Juan de Ávila, Jacques-Benigne Bossuet, François Fénelon, Henri-Dominique Lacordaire, y, en Colombia, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue famoso el presbítero Carlos Cortés Lee (1859-1928). En el lado de los Evangélicos fueron destacados Juan Calvino, Marín Lutero, Felipe Melanchton y Ulrico Zwinglio.

En nuestros tiempos, también en Colombia, digno de mención fue el Señor Arzobispo de Tunja Augusto Trujillo Arango (1922-2007), a quien se le recuerda especialmente por sus sermones de viernes santo por más de cuarenta años a través de la radio (https://caracol.com.co/radio/2007/02/24/nacional/1172334300_395090.html).


4º) En cuanto a la “duración” de una predicación, y más precisamente de una homilía, las opiniones están divididas, pero podemos observar lo siguiente:

Ante todo, como explicaba el Señor Arzobispo de Cali, Alberto Uribe Urdaneta, en época del Concilio y de la puesta en ejecución de la constitución sobre la sagrada liturgia (SC), la “liturgia es una acción (la “actio litúrgica”), no una contemplación”, comprendida ésta como un dedicarse (“vacare”) con intensidad a pensar en Dio, a considerar los atributos y propiedades divinas, o a reflexionar los misterios de nuestra religión. Pero tampoco se trata de la exposición de los resultados de una “investigación teológica”, inclusive en el sentido propio que el Papa Francisco emplea para distinguir una “auténtica y verdadera investigación teológica” de una simple “teología de escritorio” (cf. exh. ap. Evangelii gaudium, n. 133, en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html): 
“la teología —no sólo la teología pastoral— en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios[110]. La Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio”.
Ahora bien, si observamos, p. ej. la extensión de algunas homilías de los Sumos Pontífices en cuyos pontificados he vivido, encontramos lo siguiente:


Papa

Fecha de elección

Fecha de fallecimiento

Homilía

Extensión en páginas

Referencia

Pío XII

2 marzo 1939

9 octubre 1958

Domenica, 24 novembre 1940

4

https://www.vatican.va/content/pius-xii/it/homilies/documents/hf_p-xii_hom_19401124_scoppio-guerra.html

Juan XXIII

28 octubre 1958

3 junio 1963

23 Novembre 1958

5

https://www.vatican.va/content/john-xxiii/it/homilies/1958/documents/hf_j-xxiii_hom_19581123_primo-rito.html

Pablo VI

21 junio 1963

6 agosto 1978

10 de noviembre de 1963

5

https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/homilies/1963/documents/hf_p-vi_hom_10111963.html

Juan Pablo I

26 agosto 1978

28 septiembre 1978

23 de septiembre de 1978

3

https://www.vatican.va/content/john-paul-i/es/homilies/documents/hf_jp-i_hom_23091978.html

Juan Pablo II

16 octubre 1978

2 abril 2005

12 de noviembre de 1978

3

https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1978/documents/hf_jp-ii_hom_19781112_possesso-laterano.html

Benedicto XVI

19 abril 2005

28 febrero 2013

7 de mayo de 2005

4

https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2005/documents/hf_ben-xvi_hom_20050507_san-giovanni-laterano.html

Francisco

13 marzo 2013

 

7 de abril de 2013

3

https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130407_omelia-possesso-cattedra-laterano.html



De tres a cinco páginas. Basta. Del Papa Pío XII se dice que, explicándolo, señalaba que una homilía “de cinco minutos, es para la comunidad; de diez minutos, es para el propio predicador; y de quince minutos en adelante, es para el diablo”. También el Papa Francisco se ha referido al asunto, como, p. ej.: 
“Y cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros hablan o salen a fumar un cigarrillo... Por esto, por favor, que sea breve, la homilía, pero que esté bien preparada. ¿Y cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve, no debe durar más de 10 minutos, por favor” (Audiencia general, Catequesis sobre la misa, 7 de febrero de 2018, en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2018/documents/papa-francesco_20180207_udienza-generale.html).
Hemos citado al fallecido Señor Arzobispo Uribe Urdaneta. Sus homilías eran así de breves. Inclusive, en las ordenaciones diaconales y/o presbiterales se restringía al texto sugerido en el Pontifical, (v. gr. (Departamento de Liturgia del CELAM, 1978, págs. 152-153).

Pero, lo contrario también existe. Recuerdo con gran cariño a un pastor servicial y dedicado, hombre de oración, quien, en alguna ocasión, mostrándonos un pequeño papel, tras cuarenta y cinco minutos de su homilía, nos dijo: “así terminamos este primer punto”... 

Bueno, como decía algún francés: "Le style c'est l'homme", y con ello se refería a que los modos o las maneras como una persona se conduce ya denotan “de que está hecha", cuáles son sus calidades. Y no desmerece al predicador que obre siguiendo los mejores ejemplos, con humildad y con la ayuda de la gracia, sí, pero con la libertad de los hijos de Dios, como dice la versión inglesa “My way” (original de Claude François y Jacques Revaux: “Comme d'habitude”; la letra en inglés fue reescrita del francés, casi totalmente, por Paul Anka): “los desafíos que la vida me ha presentado, cuando estos parecieron superarme, he sabido resolverlos a mi manera”.


5º) El campo vasto del "ministerio de la palabra de Dios" se completa con las otras áreas a las que se refieren los demás títulos y capítulos del Libro III del CIC, como lo enuncia el c. 761: 
  • la catequesis Título I, cap. II; 
  • la enseñanza (Título III) 
    • en las escuelas (cap. I), 
    • en las universidades y otros institutos católicos de estudios superiores (cap. II), 
    • en las universidades y facultades eclesiásticas (cap. III); 
  • y en los medios de comunicación social, especialmente en libros (Tít. IV). 
Véanse los cc. correspondientes en el Curso.





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Notas de pie de página


[1] También puede verse la versión correspondiente de (Ghirlanda G. , El derecho en la Iglesia misterio de comunión, 1992, págs. 485-493)
[2] (Pablo VI, 1975)
[3] “Can. 1349*. §1. Ordinarii advigilent ut, saltem decimo quoque anno, sacram, quam vocant, missionem, ad gregem sibi commissum habendam parochi curent. §2. Parochus, etiam religiosus, in his missionibus instituendis mandatis Ordinarii loci stare debet. Can. 1350*. §1. Ordinarii locorum et parochi acatholicos, in suis dioecesibus et paroeciis degentes, commendatos sibi in Domino habeant. §2. In aliis territoriis universa missionum cura apud acatholicos Sedi Apostolicae unice reservatur. Can. 1351*. Ad amplexandam fidem catholicam nemo invitus cogatur.”
[4] (Comisión para la Reforma del Código de Derecho canónico, 7 1975, pág. 150)
[5] El texto de CD 3ab va en ese sentido, es decir, en relación con la Iglesia particular que le ha sido confiada: “Los Obispos, partícipes de la preocupación de todas las Iglesias, desarrollan, en unión y bajo la autoridad del Sumo Pontífice, este su deber, recibido por la consagración episcopal, en lo que se refiere al magisterio y al régimen pastoral, todos unidos en colegio o corporación con respecto a la Iglesia universal de Dios. E individualmente lo ejercen en cuanto a la parte del rebaño del Señor que se les ha confiado, teniendo cada uno el cuidado de la Iglesia particular que presiden, y en algunas ocasiones pueden los Obispos reunidos proveer a las Iglesias de ciertas necesidades comunes.”
[6] “Munus fidei catholicae praedicandae commissum praecipue est Romano Pontifici pro universa Ecclesia, Episcopis pro suis dioecesibus.”
[7] Véase la memoria efectuada por (Landázuri Ricketts, 1996).
[8] Encíclica “sobre la predicación de la divina palabra” (Encíclica "Humani generis", 1917, pág. 307): “Etenim praedicationis munus, ex Tridentinae Synodi doctrina, Episcoporum praecipuum est \ Apostoli quidem, quorum in locum successere Episcopi, hoc maxime suarum partium esse duxerunt. Ita Paulus: Non enim misit me Christus baptizare, sed evangelizare 2 . Ceterorum autem Apostolorum ea fuit sententia : Non est aequum nos derelinquere verbum Dei, et ministrare mensis 3 . Etsi autem proprium id est Episcoporum, tamen, quoniam variis distenti curis in suarum gubernatione ecclesiarum, nec semper nec usque quaque ipsi per se possunt, necesse est etiam per alios huic officio satisfaciant. Quare in hoc munere quicumque praeter Episcopos versantur, dubitandum non est quin, episcopali fungente? officio, versentur. — Haec igitur prima lex sanciatur, ut munus praedicationis sua sponte suscipere liceat nemini; sed ad illud exsequendum cuivis opus sit missione legitima, quae, nisi ab Episcopo, dari non potest: Quomodo praedicabunt, nisi mittantur? \ Missi sunt enim Apostoli et ab Eo missi qui summus est Pastor et Episcopus animarum nostrarum 5 ; missi septuaginta duo illi discipuli ; ipseque Paulus, quamvis constitutus iam a Christo vas electionis ut nomen eius coram gentibus et regibus portaret 6 , tum demum iniit apostolatum quum seniores, Spiritus Sancti mandato Segregate mihi Saulum in opus (Evangelii) 7 , obtemperantes, eum cum impositione manuum dimisissent. Id quod primis Ecclesiae temporibus perpetuo usitatum est. Omnes enim, vel qui in sacerdotum ordine eminebant, ut Origenes, et qui postea ad episcopatum evecti sunt, ut Cyrillus Hierosolymitanus, ut Ioannes Chrysostomus, ut Augustinus ceterique Doctores Ecclesiae veteres, sese ex sui quisque Episcopi auctoritate ad praedicandum contulerunt.”
[9] “§2. Episcopi tenentur officio praedicandi per se ipsi Evangelium, nisi legitimo prohibeantur impedimento; et insuper, praeter parochos, debent alios quoque viros idoneos in auxilium assumere ad huiusmodi praedicationis munus salubriter exsequendum.”
[10] “Divinos Scripturae libros fidelibus legere, populumque edocere et adhortari […] Doctrinarum, praesertim sacrarum, studia diaconi ne intermittant; divinos Scripturae libros assidue legant; ecclesiasticis disciplinis ita se dedant, ut catholicam doctrinam recte ceteris explanare possint, utque in dies magis idonei fiant ad fidelium animos erudiendos et roborandos. Ad id assequendum, diaconi in conventus statis temporibus habendos advocentur, ubi quaestiones de vita et sacro ministerio agantur.”
[11] “Itaque supremi pastoralis Nostri officii debitum exsequentes, omnes Christi fideles, maxime vero eos, qui praesunt vel docendi munere funguntur, per viscera Iesu Christi obtestamur, necnon eiusdem Dei et Salvatoris nostri auctoritate iubemus, ut ad hos errores a sancta Ecclesia arcendos et eliminandos, atque purissimae fidei lucem pandendam studium et operam conferant.”
[12] http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/la/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_10011890_sapientiae-christianae.html y en: (Gasparri, 2019) n. 605; III, 325-334.
[13] El S. P. san Pablo VI se había referido a los laicos en la evangelización diciendo en EN 70: “Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. Su tarea primera e inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial —esa es la función específica de los Pastores—, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristianas, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades —sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida— estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús.”
[14] (Pablo VI, 1975)
[15] NdE. En la antigüedad cristiana (Danielou, 1968), después del anuncio kerigmático del Evangelio, los oyentes que pedían su ingreso a la Iglesia comenzaban su período de catecumenado, durante el cual la catequesis se presentaba de manera formal, sistemática y completa, de modo que el candidato, llegado el momento del bautismo, pudiera consciente y libremente, hacer profesión de su fe. Para ayudarles en este proceso, (Agustín de Hipona, 1988) escribió su célebre obra. San Ambrosio, con similar intención, pero especialmente para ayudarles en su proceso a los neófitos, escribió tres importantes textos (Explicación del símbolo; Los sacramentos; Los misterios).
En diversos tiempos y lugares se escribieron posteriormente nuevos “catecismos”. Después del Concilio de Trento, y por orden suya, es célebre el Catecismo Romano (1566). Vino luego el Catecismo de San Pío X, después del Concilio Vaticano I. Algo similar ocurrió tras el Concilio Vaticano II (cf. CD 44).
Para orientar a los Episcopados y a las regiones de Obispos en la elaboración de sus catecismos y de los planes pastorales catequísticos, fue publicado, por parte de la Congregación para el Clero (Oficio Segundo) a cuya atención se confió la tarea catequística de la Iglesia universal, el Directorio Catequístico General en 1971 (cf. nn. 116-124).
La misma Congregación para el Clero, 26 años después, publicó el 15 de agosto de 1997, el nuevo Directorio general para la catequesis (Congregación para el Clero, 1998) (cf. para nuestro propósito, p. ej., los nn. 43-44; 46; etc.). Una cita de este documento: “67. El hecho de ser « momento esencial » del proceso evangelizador, al servicio de la iniciación cristiana, confiere a la catequesis algunas características (202): – La catequesis es una formación orgánica y sistemática de la fe. El Sínodo de 1977 subrayó la necesidad de una catequesis « orgánica y bien ordenada », (203) ya que esa indagación vital y orgánica en el misterio de Cristo es lo que, principalmente, distingue a la catequesis de todas las demás formas de presentar la Palabra de Dios. – Esta formación orgánica es más que una enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana, « una iniciación cristiana integral », (204) que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo, centrado en su Persona. Se trata, en efecto, de educar en el conocimiento y en la vida de fe, de forma que el hombre entero, en sus experiencias más profundas, se vea fecundado por la Palabra de Dios. Se ayudará así al discípulo de Jesucristo a transformar el hombre viejo, a asumir sus compromisos bautismales y a profesar la fe desde el « corazón ». (205) – La catequesis es una formación básica, esencial, (206) centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de la comunidad cristiana.” En forma similar se refirió a la enseñanza religiosa escolar (n. 74): “Los alumnos « tienen el derecho de aprender, con verdad y certeza, la religión a la que pertenecen. Este derecho a conocer más a fondo la persona de Cristo y la integridad del anuncio salvífico que El propone, no puede ser desatendido. El carácter confesional de la enseñanza religiosa escolar, desarrollada por la Iglesia según las modalidades y formas establecidas en cada país, es —por tanto— una garantía indispensable ofrecida a las familias y a los alumnos que eligen tal enseñanza ». (225)”
El Papa san Juan Pablo II, a solicitud del episcopado mundial (expresada sobre todo en el Sínodo de 1985) y en medio de circunstancias complejas e inclusive de enfrentamientos de muy diverso tipo, promulgó el Catechismus Catholicæ Ecclesiæ (1992) (Juan Pablo II, 1992), y cinco años después, la nueva versión del mismo, acogiendo numerosas colaboraciones de episcopados, Obispos, teólogos y fieles en general.
Se ha de recordar, además, que las tareas que desempeñaba el Oficio Segundo de la Congregación para el Clero en relación con la catequesis, juntamente con el Consejo Internacional para la Catequesis, fueron trasferidas (Benedicto XVI, 2013) al nuevo Dicasterio instituido por el S. P. Benedicto XVI, el Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización (Benedicto XVI, 2010) (http://teologocanonista2016.blogspot.com/2018/09/l.html).
Volveremos más adelante sobre el tema, su historia y su situación actual.
[16] (Juan Pablo II, 1979)
[17] El texto prosigue así en el número siguiente: “96. Todas éstas son las fuentes, principales o subsidiarias, de la catequesis, las cuales de ninguna manera deben ser tomadas en un sentido unívoco. (304) La Sagrada Escritura « es Palabra de Dios en cuanto que, por inspiración del Espíritu Santo, se consigna por escrito »; (305) y la Sagrada Tradición « transmite íntegramente a los sucesores de los apóstoles la Palabra de Dios que fue a éstos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo ». (306) El Magisterio tiene la función de « interpretar auténticamente la Palabra de Dios », (307) realizando —en nombre de Jesucristo— un servicio eclesial fundamental. Tradición, Escritura y Magisterio, íntimamente entrelazados y unidos, son, « cada uno a su modo », (308) fuentes principales de la catequesis. Las « fuentes » de la catequesis tienen cada una su propio lenguaje, que queda plasmado en una rica variedad de « documentos de la fe ». La catequesis es tradición viva de esos documentos: (309) perícopas bíblicas, textos litúrgicos, escritos de los Padres de la Iglesia, formulaciones del Magisterio, símbolos de fe, testimonios de santos, reflexiones teológicas. La fuente viva de la Palabra de Dios y las « fuentes » que de ella derivan y en las que ella se expresa, proporcionan a la catequesis los criterios para transmitir su mensaje a todos aquellos que han tomado la decisión de seguir a Jesucristo.”
En relación con las “semillas del Verbo (de la Palabra)” pueden verse estos textos conciliares: LG 16-17; GS 58; 2; AG 9; 11; 15; cf. también GS 92 y AG 18.
La referencia correspondiente en el anterior (Directorio Catequístico General) se encuentra en el n. 45.
[18] “Esfuércense en aprovechar la variedad de medios que hay en estos tiempos para anunciar la doctrina cristiana, sobre todo la predicación y la formación catequética, que ocupa siempre el primer lugar; la exposición de la doctrina en las escuelas, universidades, conferencias y asambleas de todo género, con declaraciones públicas, hechas con ocasión de algunos sucesos; con la Prensa y demás medios de comunicación social, que es necesario usar para anunciar el Evangelio de Cristo.”
[19] “13. Todos los hijos de la Iglesia, de común acuerdo, tienen que procurar que los medios de comunicación social, sin ninguna demora y con el máximo empeño, se utilicen eficazmente en las múltiples obras de apostolado, según lo exijan las circunstancias de tiempo y lugar, anticipándose así a las iniciativas perjudiciales, sobre todo en aquellas regiones cuyo progreso moral y religioso exige una atención más diligente. Por consiguiente, apresúrense los sagrados Pastores a cumplir su misión, ligada estrechamente en este campo al deber ordinario de la predicación; también los laicos que participan en el uso de estos medios tienen que esforzarse por dar testimonio de Cristo, en primer lugar, realizando su propia tarea con competencia y espíritu apostólico; es más, prestando por su parte ayuda directa a la acción pastoral de la Iglesia con las posibilidades que brindan la técnica, la economía, el arte y la cultura.
14. Foméntese, ante todo, la prensa honesta. Para imbuir plenamente a los lectores del espíritu cristiano, créese y desarróllese también una prensa verdaderamente católica, esto es, que -promovida y dependiente directamente, ya de la misma autoridad eclesiástica, ya de los católicos- se publique con la intención manifiesta de formar, consolidar y promover una opinión pública en consonancia con el derecho natural y con los preceptos y las doctrinas católicas, así como de divulgar y exponer adecuadamente los hechos relacionados con la vida de la Iglesia. Adviértase a los fieles sobre la necesidad de leer y difundir la prensa católica para formarse un juicio cristiano sobre todos los acontecimientos. Hay que promover y asegurar por todos los medios pertinentes la producción y exhibición de películas para la honesta distensión del espíritu, útiles para la cultura humana y el arte, especialmente de las destinadas a la juventud; esto se logra, sobre todo, ayudando y coordinando las iniciativas y los recursos de los productores y distribuidores honestos, recomendando las películas dignas de elogio mediante los premios y el consenso de los críticos, fomentando y asociando las salas pertenecientes a los empresarios católicos y a los hombres honrados. Préstese asimismo una ayuda eficaz a las emisiones radiofónicas y televisivas honestas; sobre todo, a aquellas que sean apropiadas para las familias. Foméntense con todo interés las emisiones católicas que induzcan a los oyentes y espectadores a participar en la vida de la Iglesia y a empaparse de las verdades religiosas.
Con toda solicitud deben promoverse también, allí donde fuere necesario, emisoras católicas; pero se ha de procurar que sus emisiones sobresalgan por la debida perfección y eficacia.
Cuídese, por fin, de que el noble y antiguo arte escénico, que se propaga hoy ampliamente a través de los medios de comunicación social, favorezca la humanidad de los espectadores y la formación de las costumbres.”
Cf. también CT 46-50 y el Directorio General para la Catequesis, nn. 21; 149; 160-162; 192; 209; 211; 242.
[20] “No es superfluo subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación: "Pero ¿cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? Y, ¿cómo creerán sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?... Luego, la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo"[69]. Esta ley enunciada un día por San Pablo conserva hoy todo su vigor.
Sí, es siempre indispensable la predicación, la proclamación verbal de un mensaje. Sabemos bien que el hombre moderno, hastiado de discursos, se muestra con frecuencia cansado de escuchar y, lo que es peor, inmunizado contra las palabras. Conocemos también las ideas de numerosos psicólogos y sociólogos, que afirman que el hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen. Estos hechos deberían ciertamente impulsarnos a utilizar, en la transmisión del mensaje evangélico, los medios modernos puestos a disposición por esta civilización. Es verdad que se han realizado esfuerzos muy válidos en este campo. Nos no podemos menos de alabarlos y alentarlos, a fin de que se desarrollen todavía más. El tedio que provocan hoy tantos discursos vacíos, y la actualidad de muchas otras formas de comunicación, no deben sin embargo disminuir el valor permanente de la palabra, ni hacer prender la confianza en ella. La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios[70]. Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la audición"[71], es decir, es la Palabra oída la que invita a creer.”
[21] “Nemini ministerium praedicationis licet exercere, nisi a legitimo Superiore missionem receperit, facultate peculiariter data, vel officio collato cui ex sacris canonibus praedicandi munus inhaereat.”
[22] (Gasparri, 2019)
[23] X. V. 7. 12. El texto fue recogido de la siguiente manera por el IV Concilio de Letrán (DS 809/434): “Inter caetera quae ad salutem spectant populi christiani, pabulum verbi Dei permaxime sibi noscitur esse necessarium, quia sicut corpus materiali sic anima spirituali cibo nutritur, eo quod non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procedit de ore Dei. Unde cum saepe contingat, quod episcopi propter occupationes multiplices vel invaletudines corporales aut hostiles incursus seu occasiones alias – ne dicamus defectum scientiae, quod in eis est reprobandum omnino nec de caetero tolerandum – per se ipsos non sufficiunt ministrare populo verbum Dei, maxime per amplas dioeceses et diffusas, generali constitutione sancimus, ut episcopi viros idóneos ad sanctae praedicationis officium salubriter exequendum assumant, potentes in opere et sermone, qui plebes sibi commissas vice ipsorum, cum per se ídem nequiverint, sollicite visitantes, eas verbo aedificent et exemplo; quibus ipsi, cum indiguerint, congrue necessaria ministrent, ne pro necessariorum defectu compellantur desistere ab incoepto. Unde praecipimus tam in cathedralibus quam in aliis conventualibus ecclesiis viros idóneos ordinari, quos episcopi possint coadiutores et cooperatores habere, non solum in praedicationis officio verum etiam in audiendis confessionibus et poenitentiis iniungendis ac caeteris, quae ad salutem pertinent animarum. Si quis autem hoc neglexerit adimplere, districtae subiaceat ultioni”: (Alberigo, Josephus et alii (Curantibus), 1973, págs. 239-240).
Más aún, el Concilio Veronense de 1184, presidido por el Papa Lucio III, había impuesto excomunión a quienes “bajo la especie de piedad… se arrogan la autoridad de predicar” sin haber sido “enviados” (“missi”) o habiendo sido “prohibidos” de ello, “por fuera de la autoridad recibida pública o privadamente de la Sede Apostólica o del Obispo del lugar” (DS 761/402). Inclusive, se requería juntamente hacer la profesión de fe (1208). De esta “misión” requerían – se afirmaba solemnemente – también los clérigos, como estableció el Concilio de Constanza (1418) contra Wyclef (DS 1164/594). El Concilio de Trento (1563) lo reiteró de igual manera (DS 1777/967).
Hace algo más de un siglo, el Papa Benedicto XV (Encíclica "Humani generis", 1917, págs. 307-308) aseguró que se trata de un “oficio episcopal”: predicar es una obligación principal de los Obispos, de acuerdo con la doctrina de san Pablo, y los demás requieren la misión legítima para desempeñar tal oficio.
Ahora bien, el c. decía “missio”, como se ha indicado: a primera vista pareciera indicar o sugerir la “missio canonica”, pero de ésta trataba el c. 109* del mismo CIC17 en el cual se hacía relación a la concesión de jurisdicción. Sin embargo, predicar no es parte de la potestad de jurisdicción: sin duda, no se concede por parte del Obispo jurisdicción alguna a quien él le concede predicar.
De otra parte, el c. 1337* y siguientes trataban de la concesión de la “facultad” para predicar del mismo modo que se otorgaban “facultades” para recibir las confesiones (c. 874ss*).
[24] “¿Acaso los padres de familia la requieren para enseñar a sus hijos los rudimentos de la fe”?, se preguntaban: (Comisión para la Reforma del Código de Derecho canónico, 9 1977, págs. 112-113).
[25] (Comisión para la Reforma del Código de Derecho canónico, 7 1975, pág. 151)




Notas finales


[i] “Verum in hoc eodem genere, quod fidem christianam attingit, alia sunt officia, quae observari accurate religioseque si salutis semper interfuit, hac tempestate nostra interest maxime. — Nimirum in hac, quam diximus, tanta ac tam late fusa opinionum insania, profecto patrocinium suscipere veritatis, erroresque ex animis evehere, Ecclesiae munus est, idque omni tempore sancteque servandum, quia honor Dei, ac salus hominum in eius sunt tutela. At vero, cum necessitas cogit, incolumitatem fidei tueri non ii solum debent qui praesunt, sed quilibet tenetur fidem suam aliis propalare, vel ad instructionem aliorum fidelium sive confirmationem, vel ad reprimendum infidelium insultationem (S. Thom. II-II Quaest, III, art. II, ad 2). Cedere hosti, vel vocem premere, cum tantus undique opprimendae veritati tollitur clamor, aut inertis hominis est, aut de iis, quae profitetur, utrum vera sint, dubitantis. Utrumque turpe, atque iniuriosum Deo: utrumque cum singulorum tum communi saluti repugnans: solis fidei inimicis fructuosum, quia valde auget remissior proborum opera audaciam improborum. — Eoque magis christianorum vituperanda segnities, quia falsa crimina dilui, opinionesque pravae confutan levi negotio, ut plurimum, possunt: maiore aliquo cum labore semper possunt. Ad extremum, nemo unus prohibetur eam adhibere ac prae se ferre fortitudinem, quae propria est christianorum: qua ipsa non raro animi adversariorum et consilia franguntur. Sunt praeterea christiani ad dimicationem nati: cuius quo maior est vis, eo certior, Deo opitulante, victoria. Confidite: ego mei mundum (Io. XVI, 33). Neque est quod opponat quisquam, Ecclesiae conservatorem ac vindicem Iesum Christum nequaquam opera hominum indigere. Non enim inopia virium, sed magnitudine bonitatis vult ille ut aliquid a nobis conferatur operae ad salutis, quam ipse peperit, obtinendos adipiscendosque fructus.
Huiusce partes officii primae sunt, catholicam doctrinam profiteri aperte et constanter, eamque, quoad quisque potest, propagare. Nam, quod saepius est verissimeque dictum, christianae quidem sapientiae nihil tam obest, quam non esse cognitam. Valet enim per se ipsa ad depellendos errores probe percepta: quam si mens arripuerit simplex praeiudicatisque non adstricta opinionibus, assentiendum esse ratio pronuntiat. Nunc vero fidei virtus grande munus est gratiae bonitatisque divinae: res tamen ipsae quibus adhibenda fides, non alio fere modo quam audiendo noscuntur, Quomodo credent ei, quem non audierunt? Quomodo autem audient sine praedicante?.... Ergo fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi (Rom. X, 14, 17). Quoniam igitur fides est ad salutem necessaria, omnino praedicari verbum Christi consequitur oportere. Profecto praedicandi, hoc est docendi, munus iure divino penes magistros est, quos Spiritus Sanctus posuit Episcopos regere Ecclesiam Dei (Act. XX, 28), maximeque penes Pontificem romanum, Iesu Christi vicarium, Ecclesiae universae summa cum potestate praepositum, credendorum, agendorum magistrum. Nihilominus nemo putet, industriam nonnullam eadem in re ponere privatos prohiberi, eos nominatim, quibus ingenii facultatem Deus cum studio bene merendi dedit: qui, quoties res exigat, commode possunt non sane doctoris sibi partes assumere, sed ea, quae ipsi acceperint, impertire ceteris, magistrorum voci resonantes tamquam imago. Quin imo privatorum opera visa est Patribus Concilii Vaticani usque adeo opportuna ac frugifera, ut prorsus deposcendam iudicarint Omnes christifideles, maxime nere eos, qui praesunt, vel docendi munere funguntur, per viscera Iesu Christi obtestamur, nec non eiusdem Dei et Salvatoris nostri auctoritate iubemus, ut ad hos errores a sancta Ecclesia arcendos et eliminandos, atque purissimae fidei lucem pandenolam studium et operam conferant (Const. Dei Filius, sub fin.). — Ceterum serere fidem catholicam auctoritate exempli, professionisque constantia praedicare, quisque se posse ac debere meminerit. — In officiis igitur quae nos iungunt Deo atque Ecclesiae, hoc est numerandum maxime, ut in veritate christiana propaganda propulsandisque erroribus elaboret singulorum, quoad potest, industria.
Quibus tamen officiis non ita, ut oportet, cumulate et utiliter satisfacturi sunt, si alii seorsum ab aliis in certamen descenderint. — Futurum sane Iesus Christus significavit, ut quam ipse offensionem hominum invidiamque prior excepit, in eamdem pari modo opus a se institutum incurreret; ita plane ut ad salutem pervenire, ipsius beneficio partam, multi reapse prohiberentur. Quare voluit non alumnos dumtaxat instituere disciplinae suae, sed hos ipsos societate coniungere, et in unum corpus, quod est Ecclesia (Coloss, I, 24), cuius esset ipse caput, apte coagmentat. Permeat itaque vita Christi Iesu per totam compagem corporis, alit ac sustentat singula membra, eaque copulata tenet inter se et ad eumdem composita finem, quamvis non eadem sit actio singulorum (Sicut enim in uno corpore multa membra habemus, omnia autem membra non eumdem actum habent: ita multi unum corpus sumus in Christo, singuli autem alter alterius membra. Rom. XII, 4, 5). His de caussis non modo perfecta societas Ecclesia est, et alia qualibet societate longe praestantior, sed hoc ei est inditum ab Auctore suo ut debeat pro salute generis humani contendere ut castrorum acies ordinata (Cantic. VI, 9). Ista rei christianae compositio conformatioque mutari nullo modo potest: nec magis vivere arbitratu suo cuipiam licet, aut eam, quae sibi libeat, decertandi rationem consectari: propterea quod dissipat, non colligit, qui cum Ecclesia et Iesu Christo non colligit, verissimeque contra Deum contendunt, quicumque non cum ipso Ecclesiaque contendunt (Qui non est mecum, contra me est: et qui non colligit mecum, dispergit. Luc.XI, 23)” (Encíclica Sapientae christanae, nn. 7-9).

[ii] NdE. Aparte de los libros y escritos semejantes, cuya publicación ha sido objeto de cuidado por parte de la Iglesia desde sus inicios (el anuncio de la Palabra desde los Evangelios y demás escritos neotestamentarios), los medios de comunicación social han tenido un notable desarrollo gracias a los descubrimientos realizados en los últimos cien años y algo más, especialmente por la Física y sus aplicaciones, en particular a raíz de los descubrimientos entorno al átomo, a la electricidad y a las investigaciones sobre la materia. La prensa escrita, los teléfonos, la radiodifusión, la televisión, los transistores, los computadores, la internet (medios digitales) y los teléfonos inteligentes..., para enumerar hitos en ese progreso, han sido empleados, a cada paso, también por la Santa Sede y por cada uno de los Romanos Pontífices:
El periódico L'Osservatore Romano en su edición italiana, desde el 1° de julio de 1861; la Radio Vaticana,  desde el 12 de febrero de 1931 ("El centro de control de lo que solía ser Radio Vaticano, ubicado en el edificio León XIII, ha sido cerrado: los programas ahora se transmiten desde la sala de control principal en la Via del Pellegrino. Los programas se transmitían desde ahí por los emisores de Santa-Maria-di-Galeria (1957) a la modulación de frecuencia y satélites..."); el Centro Televisivo Vaticano, creado en 1983; y, el 18 de agosto de 1998, se informó que la Santa Sede estrenaría su servicio de internet (véanse los sitios actuales de internet de la Santa Sede en: http://www.vatican.va/siti_va/index_va_sp.htm). Y, de manera muy particular, la comunicación que desea establecer el Sumo Pontífice mismo (desde el 12 de diciembre de 2012) con quienes deseen ser interlocutores suyos, por medio del https://twitter.com/pontifex_es?lang=es



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